Care Santos (Mataró, Barcelona, 1970) ha publicado hasta el momento ocho novelas, seis colecciones de relatos y numerosos títulos de literatura juvenil. Ejerce la crítica en diferentes medios y codirige La Tormenta en un Vaso , sitio web sobre el mundo de los libros. Entre sus últimas entregas destacan La muerte de Venus (2007), finalista del Premio Primavera, Los que rugen (2009), Habitaciones cerradas (2011), El aire que respiras (2013), un auténtico canto de amor a los libros y a la ciudad de Barcelona, y, recientemente, Deseo de chocolate , galardonada con el Premio Ramon Llull, 2014.

--¿Cómo surge tu última novela, Deseo de chocolate ?

--Durante el proceso de documentación de mi anterior novela, El aire que respiras , tropecé con un chocolatero apellidado Fernández que vivió en la Barcelona del siglo XVIII y que levantó un cierto revuelo en su tiempo por inventar una máquina que procesaba chocolate. La historia era tan fenomenal que decidí convertirla en material novelable. Fernández y su máquina fue el inicio de todo.

--En la novela se recrea con mucho detalle todo el proceso de fabricación, licuación del chocolate, en el entorno de la Barcelona de fines del siglo XVIII

--El chocolate en esta novela viene a ser lo que John Lennon dijo que era la vida: aquello que ocurre mientras tú haces otras cosas. El chocolate está de algún modo en la vida de todos los personajes, pero ellos están ocupados en muchas otras cosas. En la vida, ni más ni menos. Tres vidas que discurren en tres siglos diferentes: XX, XIX y XVIII.

--Uno tiene la sensación leyendo sus últimas novelas de irse creando, trazando un mapa de Barcelona, un mapa histórico con sus gentes, sus costumbres... ¿qué hay de cierto en ello y qué tiene de viaje en el tiempo para usted y para los lectores?

--Para mí, mis tres últimas novelas forman un ciclo que quizás haya que ir cerrando. Un ciclo que tiene que ver con la construcción de la ciudad de Barcelona, con la recreación de sus gentes, su vida, sus costumbres. No es que vaya a abandonar eso de ahora en adelante, pero tal vez pondré el foco sobre alguna otra de mis obsesiones, también presentes en estas tres novelas, como, por ejemplo, la construcción de la memoria como ficción. Una tiene la sensación de estar siempre escribiendo la misma novela, por mucho que existan diferencias entre unas y otras. Barcelona ha sido, es, el terreno de mi honestidad emocional y literaria, el lugar que mejor conozco, el que más amo, uno de los que más potencial literario me parece que tiene... A veces me parece que hay que dar muchas explicaciones para escribir sobre Barcelona, como si estuviera todo dicho. De ningún modo. Queda todo por decir.

--La novela ha recibido el premio Ramón Llull. ¿Ha ayudado eso al éxito que ha cosechado?

--Muchísimo. El premio me ha puesto en el mapa para muchos lectores que no sabían de mi existencia, y me ha hecho visible para muchos otros. Le debo mucho al Ramon Llull, desde luego, y soy muy consciente. Y siento mucha responsabilidad: todos esos lectores que me han elegido, no pueden sentirse decepcionados con la próxima novela.

--Hay diferentes lectura, diferentes épocas en la novela, con sus propios protagonistas y vivencias. ¿Con qué época o protagonista se ha sentido más identificada o ha disfrutado más en la escritura?

--Yo me siento como en casa en el siglo XIX. No sé a qué se debe, seguramente a mi experiencia como lectora. Crecí leyendo decimonónicos, forman parte de mi ADN literario. Conozco bien ese período, no me resulta extraño escribir sobre él. A veces tengo la impresión de que soy una dama del XIX que ha nacido un poco tarde. Es una época que he retratado más de una vez, y a la que me gusta volver.

--En mi modesto conocimiento del mundo del chocolate tengo para mí que las capitales serían Bruselas o cualquiera de las ciudades importantes suizas. ¿Por qué no Barcelona?

--Porque no hemos sabido venderlo así, me temo. Barcelona fue capital chocolatera cuando no lo era ninguna de las que hoy conocemos como tales. Aquí se consumió, primero entre las clases pudientes, el primer chocolate que llegó a Europa desde América. Aquí hubo grandes chocoadictos, que dejaron constancia de ello, como el barón de Maldà, interesante personaje, muy gastrónomo, muy chocolatero, muy rico. Y hoy en día existen un buen puñado de chocolateros que han sabido imprimir a sus recetas una marca propia que les destaca. Es la época del chocolate de autor, en la que Barcelona sigue siendo una de las capitales. Hacía falta decirlo, ¿no cree?

--En lo formal es una historia vertebrada a su vez por tres historias componiendo un todo, como tres novelas breves que se aúnan en una sola.

--Me preocupan los aspectos formales, no lo puedo evitar. Suelo meditar mucho la forma de mis libros, y no me doy por satisfecha con cualquier cosa. Odio el orden cronológico. Me aburre. Quiero que mis novelas presenten atractivos, retos. Una novela es la historia que cuenta (una historia poderosa, por descontado) pero también el modo en que se cuenta. La forma, el estilo- son ingredientes principales de este plato.

--Sobre lo anterior, quizás la mayor dificultad formal sea que cada relato compone su propio ritmo, su propia manera de ser contado, diferente en cada caso.

--Para mí, la primera historia tiene tono de drama; la segunda es una tragicomedia; la tercera, una comedia disparatada (al modo de las francesas del XVIII, con claro homenaje a Caron de Beaumarchais). Ese era el reto: contar tres historias que podrían haber sido independientes, cada una con su ambientación, sus personajes y su estilo propios, y hacer que formaran algo unitario. Esa es la maravilla del género que llamamos "novela". Todo puede ser una novela, si sabes hacerlo.

--Imaginamos que la documentación habrá sido prolija y laboriosa. ¿Es así?

--Mis documentaciones son siempre largas, laboriosas... y deliciosas. Es la etapa que más disfruto, esa en la que aún todo está por hacer. Surgen muchas cosas cuando te documentas. Me atrevería a decir, incluso, que lo de menos es encontrar aquello que vas buscando. Lo importante es lo que encuentras mientras tanto, que da para enriquecer la historia que te traes entre manos o para comenzar otra. Hay que buscar con los ojos muy abiertos, y dejarse llevar. Y, sin duda, no hay límite. El límite siempre es una fecha: la establezco antes de comenzar a buscar, porque me conozco. Sé que, si no me freno, me pasaría la vida en archivos y bibliotecas, buscando y encontrando, maravillándome, sorprendiéndome.