Una fina lluvia caía poco antes de las cinco de la tarde. Fue curioso, pero nadie pensó en ningún momento que el acto se iba a suspender a pesar de que el agua insistía.

Es cierto que en otras circunstancias quizás este acto no se hubiese celebrado, pero en esta ocasión prevaleció más el compromiso de las cofradías con la Iglesia que cualquier otra adversidad, algo que es de agradecer a la hermandad de la Misericordia, que no dudó un momento en poner a la cofradía en la calle, a pesar de las inclemencias meteorológicas que a la vista estaba que no eran nada halagüeñas.

Con esta predisposición los cientos de cofrades que llenaban los alrededores del templo cerraron casi de una vez el paraguas y fueron cogiendo sus cirios dispuestos a cumplir con aquel compromiso de las hermandades adquirido el pasado noviembre de acudir en masa a este Vía Crucis en respuesta a todos los ataques sufridos en los últimos meses y, sobre todo, por la rectificación por parte de la Junta de su autorización al proyecto de apertura de la segunda puerta de la Catedral.

La dorada cruz de guía de la hermandad de la Misericordia estaba ya en la puerta de San Pedro, tras ella fueron formando las distintas cofradías que engrosaron un largo cortejo de cerca de un millar de cofrades.

A lo lejos, en el interior del templo, quedaba la Virgen de las Lágrimas sobre su altar de cultos y poco a poco avanzaba el Cristo de la Misericordia sobre los hombros de sus hermanos.

Subía al aire la plegaria Misericordia acompañada de la música de un quinteto de viento que solemnizó más si cabe el caminar del Crucificado de San Pedro. Un cortejo que caminó a muy buen ritmo. Así, cuando la cruz de guía estaba ya en la puerta de Santa Catalina, el Cristo acababa de entrar en la calle Lineros para continuar por Lucano, Cardenal González y Alfayatas, donde pocos metros después le esperaba la Catedral y a donde la imagen entró pasadas las seis de la tarde.

Una vez el Cristo de la Misericordia en la Puerta de las Palmas, la rotunda voz del cofrade Fermín Pérez elevaba desde el altar mayor la primera estación del Vía Crucis, así hasta las 15 restantes incluyendo la Resurrección, leídas y rezadas ante un respetuoso público que acompañó al Cristo dentro del primer templo de la diócesis.

Tras el rezo del Vía Crucis, el obispo, Demetrio Fernández, antes de dar la bendición, dio las gracias a los fieles "por su participación". El prelado pidió a los fieles "rezar por tantos hombres y mujeres que son perseguidos solo por ser cristianos". A ellos, precisamente, iba dedicado el Vía Crucis. Para finalizar, el obispo agradeció a la Agrupación de Cofradías el esfuerzo por "haber hecho lo posible e imposible por venir a la Catedral la próxima Semana Santa".

Concluido el acto, una intensa lluvia caía en la ciudad. La cofradía se comenzó a organizar para iniciar el regreso a San Pedro. Poco a poco, la lluvia mermaba. En el interior de la Catedral se comenzaban a envolver en plásticos los enseres de las cofradías, mientras que con sumo cuidado dos hermanos colocaban un fino plástico sobre el Cristo de la Misericordia.

Todo estaba listo para iniciar el camino de regreso hacia su templo, a muy buen ritmo y con una débil lluvia el Cristo de la Misericordia llegaba a San Pedro donde le esperaba el coro de capilla de la propia hermandad que entonó la plegaria Misericordia en honor del devoto crucificado que en la tarde había sido el protagonista absoluto de una gran manifestación de fe, en un acto donde prevaleció el compromiso con la Iglesia frente a cualquier adversidad, como la lluvia.