Hay mucha vida más allá de las grandes superficies que con gran pericia, un buen puñado de informes técnicos sobre las mesas de sus directivos y muchos recursos han instalado barreras físicas y protocolos varios para tratar de frenar la expansión del coronavirus. Están la quiosquera, el frutero, la farmacéutica y muchos otros que se han tenido que buscar la vida como buenamente han podido.

Todos ellos son ahora esenciales por decreto pero no hay anexo que de madrugada les diga cómo deben protegerse del covid-19. Están, por tanto, en manos de su ingenio para alzar sus propias barricadas y proteger su salud, la de sus clientes y lo que queda de sus negocios. A Sefa y a su madre, por ejemplo, al poco de empezar esta crisis y ante la falta de mascarillas una amiga les prestó tres metros de plástico para tapizar en vertical su kiosco. «Funciona muy bien pero como todas las mañanas lo limpio con lejía por dentro y por fuera cada vez veo más borroso», cuenta muerta de risa. La improvisada mampara, que llegó mucho antes que las perfectas y homologadas de los supermercados.

También en algunas farmacias han optado por estas protecciones. «Los clientes así están más tranquilos», cuenta Teresa, que coincide en que lo importante no es sólo el ingenio sino la constancia. «Lo limpiamos un par de veces al día, fregamos suelo y mostradores», repasa.