El polideportivo de la escuela de secundaria de Higashi Matsushima es como un lugar de acampada. Mantas de los más variados colores y diseños cubren casi al completo las líneas sobre el parquet que antes del tsunami marcaban los límites de juego de los diferentes deportes. Hoy los límites para quienes están aquí son otros, y no los marca ninguna línea dibujada sobre el suelo, sino la precariedad de su situación. Sus vidas se fueron al traste por la furia del tsunami, y en su esfuerzo por reconstruirlas están aquí temporalmente. Pero se trata de una temporalidad indefinida y sin una pronta solución. Se concentran en grupos en torno a estufas y, a partir de las 6 de la tarde, cuando oscurece, ya no se mueven de aquí hasta el día siguiente.

"Lo perdí todo. El tsunami inundó y cubrió mi casa y está totalmente inservible. Hasta el coche fue arrastrado y no sé adónde fue a parar", relata Hiroiki Yoshikawa, de 43 años, quien reside aquí junto a toda su familia (esposa, dos hijas y un hijo) desde el día del maremoto.

Muchas historias son similares a la de Yoshikawa y su familia. La mayoría de los que están aquí se quedaron sin vivienda y sin apenas pertenencias, como Setsuko Murasaki. Nació hace 66 años en la casa de madera que se fue con el agua del mar tierra adentro. "Todo lo que tenía se fue. Mis recuerdos de juventud, joyas que había heredado de mi familia, recuerdos de mis padres".

Con la mirada perdida, una pareja de recién casados, Yasuo y Hana, están sentados bajo las mantas en el polideportivo. Prefieren no hablar mucho. "Estar vivo es el mejor regalo", musitan. Ambos planean irse a vivir con un familiar en Morioka (norte). Abe Akio, de 54 años, sufre una pena adicional. Perdió a su esposa porque "reaccionamos tarde y cuando nos dimos cuenta el mar estaba encima nuestro".