Opinión | Caligrafía

Contraseña

Las contraseñas se pedían en los dibujos animados y en las películas. Algunas salían en cuentos, como ábrete sésamo en Alí Babá; o el mellon que abría las puertas de Moria. Salían expertos en abrir cajas fuertes aquí y allá, con la oreja pegada; y las contraseñas empezaban a ser necesarias para jugar a casi todos los videojuegos, aunque era como defenderse de un barco pirata con una pistola de agua. Elegir la primera contraseña, normalmente para el móvil o el correo electrónico, era algo muy personal. El problema es que tendrían que decirnos en ese momento, jovencitos, que vamos a pasar el resto de la vida añadiendo y modificando esa precisa contraseña, que valía por sí misma, y luego empalmándola con mayúsculas, números, el doble de caracteres, caracteres especiales y lo que se les vaya ocurriendo a los ingenieros. Oiga, que se le ha filtrado la contraseña en un ataque global. Pues vale, así la dejo, si otra no voy a tener.

Parece ser que las contraseñas más comunes son mandrilescas, y ahora el teléfono te dice que él mismo te la hace y te la recuerda, y te la da cuando la necesites, que es como quitarle las llaves al dueño de la casa para que no las pierda, y tenga que pedir permiso para entrar. Las mejores contraseñas son las que dan acceso a ciertas conversaciones, o sea, lo que consigue la simpatía o la confianza o la alegría de hablar. ¿No les pasa? Que llega alguien diciendo justo lo que tenía que decir para que les caiga en gracia, sin darse ni cuenta. También hay expertos en ir buscándonos la clave, aunque últimamente son tan tontos que se les ve a kilómetros.

*Abogado

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