Opinión | Hoy

A dar en la mar

Me asomo a nuestro Guadalquivir por esto que un día fue nuestro puente Romano y que la coz de los culturetas convirtió en este bodrio de puente. De pronto, lo que hasta hace unas semanas era el silencioso pasar de un agua muerta, ahora es un río lleno de vida y de fuerza, despertado en su energía más profunda. Enseguida me vienen los versos de uno de nuestros poetas verdaderos: Jorge Manrique. Las palabras vuelven a resonar en lo más hondo de mi corazón: «Nuestras vidas son los ríos que van a dar en la mar, que es el morir...» Y, triste, contemplo cómo, igual que tantas veces, esta pobre piel de toro se desangra por sus venas y arterias, que son sus ríos; cómo se va al mar, que es su morir, esta pobre y vieja piel, reseca, acartonada, esparcida en campos agrietados, por donde merodea el tábano y grita la chicharra, y se enseñorea esa maldición milenaria de ese sol sin piedad, que quema los ojos hasta el mismo fondo de las almas. Porque en esta vieja piel de toro seguimos y seguimos con el mal endémico de no unirnos en una empresa común, de cada cual en su garito, rumiando rencores, famélico, hirsuto, pero que el vecino no se salga con la suya, no se lleve nada; aquí, todos rasados por la miseria, por la inquina, por la envidia y, sobre todo, por el histrionismo. En esta manera de hacer política de estos políticos cazurros, egoístas y mendaces, ¿pensar más allá del propio interés que marca el futuro de dos o tres meses? Eso es «pensar en lo excusado», como nos advierte el primer bobo necio que tuvimos en don Quijote, ese histrión que no sabe qué hacer con la vanidad de su locura, pura pantomima de hidalgo aburrido entre sus fantasías de grandeza. Y seguimos mirando al cielo más bien para maldecirlo, achacándole a él lo que es responsabilidad nuestra de administrar los bienes que la naturaleza nos brinda. Que llueva todo cuanto el cielo quiera; total, al final siempre acabaremos por dejarlo ir antes de que le pueda llegar algún beneficio a nuestro vecino, que siempre tomamos como sujeto de envidia, de ira, de rencor, de odio y de violencia. Y todos tan a gusto, cada uno en su rincón miserable, lamiéndose sus miserias. Pero que alguien salga beneficiado, ¡eso nunca! Antes, la ruina y la muerte. Antes me mato que verme prosperar con mi vecino.

 ** Escritor

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