Opinión | Cielo abierto

La vocación

La pasión de vivir, la pasión de escribir, casi siempre conllevan su espejo de carencias. Eso es lo primero que habría que decirle a quien desee escribir, a quien desee hacerlo de verdad como una voluntad definitiva: a qué estarás dispuesto a renunciar. Si puedes asumir esa pregunta, si tienes suficiente mentalidad de abismo como para aceptarla sin calibrar del todo la respuesta, porque ninguna pérdida parece lo suficientemente en pie como para restarle vigor a tu escritura, estás exactamente donde tienes que estar. Este tipo de inconsciencia suicida la da la juventud, pero también la trae la valentía. Es decir: la verdadera vocación. Lo que no es la literatura, porque no puede serlo, es un oficio de cobardes. Te la juegas o no te la juegas. No se puede estar especulando ahí, porque no se puede tener todo. Esa dedicación es interior, pero tiene que estar y debe ser. No estoy hablando de a lo que te dediques profesionalmente, como nos recuerdan la psiquiatría de Luis Martín Santos o la medicina -y su familiar laboriosidad panadera- en Pío Baroja. Me refiero al empuje que la literatura tenga en ti y a la presencia que adquiera en tu intimidad. La pasión de vivir: cómo la potencia tu escritura, cuántos sacrificios hay que hacer para encontrar las huellas de ese tiempo. Pero también vivir con plenitud acarrea su red impositiva, porque nada que ocupe toda nuestra intención nos será concedido sin esfuerzo. Como el amor de un padre por su hijo y el deseo de poderlo acompañar el día de su cumpleaños, un día como hoy. Otra cosa es lo que te encuentres al otro lado de la realidad, pero lo importante es tu deseo y ese compromiso. Eso te define, eso dice quién eres. Hay también caídas que al final no lo son, porque suponen tu liberación, una especie de recuperación de tu ser. Todo eso se afirma en la escritura, que es catalizadora de la propia existencia en aluvión. Seguimos cabalgando, somos jinetes eléctricos en esta oscuridad de lluvia sanadora.

* Escritor

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