Opinión | HOY

Córdoba en mi tiempo

Como tantos días, paso por el centro de nuestra ciudad. Es otra mañana. El mismo cielo la corona con su azul; el mismo sol la alumbra con sus siglos. Principia otro marzo. Y eclosionará otra primavera. Pero mi tiempo, desde su eternidad, siempre me tienta con la ensoñación de que no pasa. Los mismos pobres por el suelo. Y la tertulia, el camarero, el perro, los banqueros, el coche, el guardia, los turistas, el semáforo; las huellas de la muralla que pasaba por aquí. Y otra ensoñación surge de los rincones más profundos de mi ser. Y siento que es la misma Córdoba de cuando Roma. Y veo al mismo pobre en el suelo, al mismo pobre eterno, de todas las épocas, con sus eternas llagas y su pobreza eterna; veo la litera que llevan unos esclavos; veo al patricio que trata asuntos de negocios, que saluda a su compañero en la política; el carro, el sirviente, el mandadero, la dama, el velo, la ínfula, las sandalias, la túnica. De pronto, sobrecogido, siento en mi sangre el pálpito del tiempo. Y me veo otro y el mismo, bajo el mismo sol y bajo el mismo cielo. Y veo que me sumo en el olvido. ¿Qué sería de nuestra Córdoba, otro día cualquiera, el trajín de las calles, las intrigas, los anhelos, los miedos, las ilusiones, el natalicio, la boda, la muerte? Y me veo pasar y olvidar, y resuenan en mi fondo retazos de poemas, «aire de roma andaluza», y «tocarán, como esta tarde están tocando, las campanas del campanario». Y de nuevo esa voz lejana, de siglos, que corre por mi sangre, que son mis otros yos en mis antepasados, me susurra mis afanes y mis sueños. Entonces oigo de nuevo que, en esta eterna despedida, no me podré llevar nada, ni siquiera mi rostro, ni mis ojos, ni mi voz. Sólo me llevaré mi ser, eso que a veces, en un pequeño fulgor, percibo que es igual desde que fui niño; esa alma con la que sentí a mis abuelos, a mis padres, a mi infancia, que iba a la escuela, que miraba, siempre miraba, callada, absorta, sin ningún pensamiento, sólo mirar y si acaso guardar algo para el desván de la memoria. Eso sólo quedará fuera del tiempo, el amor que haya dado, y la esperanza, y la sonrisa, y la ternura, y, sobre todo, la inocencia. Lo demás, todo, todo lo demás, se va mutando, latido tras latido, «en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada».

** Escritor

Suscríbete para seguir leyendo