Opinión | Al trasluz

Enjaulados

Mis alumnos saben que hay que leer a Max Weber, entre otros por supuesto, si se aspira a conocer el mundo, una parte de nuestro mundo cuando menos. Lean o no la prensa, vean poco o mucho la televisión, y sean radioyentes o no lo sean, seguro que están al tanto de las marchas de los agricultores y ganaderos con sus tractores por las carreteras y calles españolas. Las razones de sus protestas son varias, entre ellas todos, sean de la ideología que sean, destacan una: la burocracia. Me corrijo: el exceso de carga burocrática. Que la burocracia es necesaria por cuanto tiene de control, que es garantía procedimental y condición de la eficiencia del gasto público, nadie lo duda.

Pero también es una certeza que, si crece de forma desproporcionada, desorbitada y resulta laberíntica y llena de escollos pasa de ser camino o solución a convertirse en un serio problema. Pues bien, eso es lo que nos dicen ellos que está pasando con el campo. La verdad, les creo. Muy alejada de la suya queda mi forma de ganarme la vida, no obstante, observo inquietantes coincidencias y sospecho que no somos los únicos, también su presencia resulta contraproducente en otros sectores. La vida universitaria, en su triple faceta de docencia, gestión e investigación requiere dedicar un tiempo no pequeño al cumplimiento de labores burocráticas. La cuestión es que todos hemos observado que ese tiempo va en aumento sin que ello se traduzca en mejora o excelencia.

A menudo pensamos que hay algo de estrategia disuasoria en el empeño de modificar y complicar constantemente los requisitos procedimentales. Desde el acceso a ayudas para la investigación, pasando por la extenuante preparación de conferencias y jornadas invitando a profesionales externos al objeto de incrementar la calidad de la enseñanza, procurando hacerla más rica y variada de modo que los estudiantes comprueben que la Universidad no es una academia superior, es algo más -es y debe ser mucho más-, hasta el encargo de un viaje para asistir a un Congreso, todo acaba siendo una fatigante lucha. No falta quien acaba prescindiendo de todo ello dado el esfuerzo añadido que supone y el escaso o nulo reconocimiento que comporta.

Yo me resisto y trato de que no me abduzca ni reduzca esa jaula de hierro de la que hablaba Weber (así lo tradujo Parsons) para referirse a la descompensada racionalización que la burocracia y todo cuanto ella implica. Enlazaba Weber su imagen de la jaula de hierro, que como cualquier otra atrapa, encierra y cercena la libertad, con la del desencantamiento del mundo. Se diría que existe entre ambas una relación proporcional: a más burocracia (la superflua, no la precisa) mayor es el desencantamiento del mundo. Mentiría si afirmara que el burocrático es el único factor que genera tal desencanto, pero también mentiría si lo eliminase de la ecuación. Tuve la fortuna de escuchar a Marcel Gauchet en la Universidad de Toulouse, allí nos habló de la deserción cívica que observaba en algunos ciudadanos europeos como respuesta a una democracia que parece actuar contra sí misma. Si asistiera hoy a su conferencia le preguntaría si cree que tal deserción pueda tener algo que ver con las apremiantes exigencias burocráticas que condicionan nuestro día a día. Tal vez ustedes también puedan darme una respuesta.

*Profesora de la Universidad de Zaragoza

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