Opinión | EL CUERPO EN GUERRA

Luchar o carta a la amiga

El otro día, mientras mantenía una acalorada discusión con una amiga, ésta me espetó -para argumentarme algo que no comprendí- «porque tú siempre luchas» o «pero porque tú estás acostumbrada a luchar». No entendí su intencionalidad. Tampoco qué pretendía justificarme con eso. Sí, lucho, porque no me queda otro remedio. Lucho para subsistir (con suerte, para sobrevivir).

Lucho como mujer, como feminista, como persona con dolor crónico y diversos problemas de salud (física y mental). Lucho como persona que habita un mundo materialista, movido por el capitalismo, el egoísmo y la superficialidad. Como mujer con discapacidad en un mundo capacitista. ¿Acaso eso es un problema o algo que se me pueda echar en cara en una discusión? ¿Acaso eso me hace más poderosa ante una vida llena de pozos negros y monstruos?

Para mí, no luchar implica rendirme hasta su más alta concepción: abandonar este mundo (y tengo muchas razones para ello). Además, ahora estoy transitando un proceso difícil: el divorcio, el duelo ante la pérdida de la persona amada, lo cual implica que todo es más doloroso aún y el horizonte está plagado por una niebla densa. Pero yo sigo aquí. «Luchar» para mí es una cuestión obligada para ser capaz de levantarme cada mañana de la cama y proseguir.

Querida amiga, ¿acaso piensas que para mí es más fácil encarar los problemas porque estoy acostumbrada a luchar? Si es así, te equivocas: cada problema añade un granito de arena más a la montaña de los motivos para marcharme. «Si me quieres bien», intenta darme la mano ante los problemas para que no pesen tanto, no anticipes que podré con todo, porque no es así, y, en la medida de lo posible, intenta no aumentar los granos de la cordillera pone en sombra la habitación en la que resisto golpe tras golpe cada día. Aunque no seas consciente, hay momentos en los que caigo al fondo del fondo, cual «animal de fondo de aire» (sobre tierra)», a lo Juan Ramón Jiménez, que soy.

Quiero pensar que no sabías lo que decías ni las implicaciones que tendrían en mí tus palabras. No soy un saco de boxeo hecho para recibir golpes ilimitados, querida. Ahora mismo, uno más son kilos y kilos de fuerza bruta que tiran de mí para hundirme al fondo del mar. Estoy especialmente vulnerable, amiga, aunque torpemente no lo percibas en mi voz. A ratos quiero dejar de existir, aunque no lo pronuncie en voz alta. Requiero más cuidados y tacto que nunca antes. Todo es tan duro y doloroso... Dame tu mano, amiga, ayúdame a sostenerme. Tiemblan mis pies ante tanta carga.

** Escritora

Suscríbete para seguir leyendo