Opinión | CALIGRAFÍA

Carta de Polifemo

Me presentaré: soy Polifemo, el célebre cíclope. Dicto esta carta, ciego como me dejaron, el día en el que sé que por iniciativa del grupo Prometeo, con cinco mil firmas, Hacemos Córdoba defenderá en el Pleno que la estación de trenes se llame Alcalde Julio Anguita. Como el Ayuntamiento aprobó dos veces que la estación se llamara Luis de Góngora, Góngora es famoso por escribir de mí -también es talento elegir un tema-, y parece que el tema es la mitología, me veo autorizado para opinar. Primero: no parece mal sistema darle la gloria al que no tuvo poder en vida, y al contrario. Tampoco parece lo mejor premiar a un político honesto por ser una especie de excepción, o al menos parece muy triste: ¿cómo son los demás? Segundo: D. Julio Anguita puede ser una excepción a todas las cosas y bautizar una estación, pero yo, que soy el cíclope de las muchas palabras, dejaría el bautismo en Julio Anguita, sin alcalde; porque lo merece por sí y no por la alcaldía.

Vengo a limpiar mi nombre, Odiseo infame. O sea que llegas a mi isla, mía y de mis amigos, bien repartida y ordenada, y piensas que aquí la tierra da fruto sola, sin labranza. Qué casualidad que necesitan trabajo los rebaños y el vino y las pieles y cuajar la leche y ordeñar las ubres, doblado mi lomo de cíclope, pero a ti te parece que sale solo. Claro, hombre. Como en tu palacio, rey mamarracho. Y llegas a saquearnos, que es a lo que venías, y todo el rato que tu inteligencia para arriba, y para abajo, y yo viendo tu barco a tres kilómetros y las lanzas y tus matones. Y te digo en el canto IX, o dices que digo, pero lo dije: ¿De dónde venís navegando los húmedos senderos? Queriendo decirte: mira, Odiseo, que llevas robando y comiéndote lo mío y espigando desde que llegaste, no serás un pirata. Y esto te lo dijo igual Néstor en el canto III, pero él es un caballero y yo un bárbaro salvaje sin justicia. Sin prejuicios, majestad. Me amenazas con Zeus, y yo me digo: qué tendrá que ver mi tío en esto. Te metes en mi cueva y no dejáis ni los huesos. Y os encierro, claro. ¿Voy yo por otras islas robando cabras? ¿Qué habrías hecho tú? Dices que me comí a tus camaradas. ¿Pero tú sabes cómo se indigesta un aqueo, tremendísimo majadero? Yo os dejé encerrados cautelarmente, con un voto de confianza porque hasta al lado vuestro me dormía la siesta. Y tú obcecado sacas una estaca y me la clavas en el ojo, teniendo yo uno solo, y me robas hasta los pinchos de las brochetas.

Y lo que no puedo perdonarte es que sigas vanagloriándote del truco de llamarte Nadie. Que sí, que me engañaste. Que dije Nadie se escapa. Pero cuando me preguntaron los otros cíclopes qué pasaba, yo, que sé hablar perfectamente, les dije: que un enano que dice que se llama Nadie está aquí dentro, abrid que me ha quemado un ojo. Porque sé hablar perfectamente, Odiseo, que te escapaste de milagro. Y bien está que con el cuento Góngora me ponga de tonto. Pero que Krahe me llame memo es algo que como te encuentre me vas a pagar. Chorizo.

** Abogado

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