Opinión | PARA TI, PARA MÍ

La Estrella de los Magos y el agua del Jordán

Los magos pertenecen a la categoría de «criaturas en movimiento». Bastó la aparición de una estrella para ponerlos en viaje

Todavía reluce en el firmamento navideño la Estrella de los Magos de Oriente, mientras hoy, en este domingo, la liturgia de la Iglesia nos ofrece el Bautismo de Jesús. La Estrella de los Magos y el agua del Jordán. Siglos de tradición cristiana han llenado de colorido y de lirismo a la Navidad: Hemos creado los «belenes» y los «nacimientos», hemos puesto nieve de harina en las montañas de Belén, hemos hecho riachuelos de papel de plata en la aridez del pueblecito... La tradición cristiana ha completado y adornado esta historia sobre un relato más austero del Evangelio: hemos convertido en «reyes», lo que para san Mateo sólo eran magos; hemos cifrado su número en tres, dato que tampoco cita el Evangelio; les hemos añadido sus nombres y los hemos representado montados en camellos o dromedarios. Anoche, sus cabalgatas repartían regalos e ilusiones por las calles de pueblos y ciudades, simbolizando también, desde la orilla de la fe, el recorrido de un camino en busca del Mesías. Los Magos son símbolo del hombre que busca, como buscamos nosotros, porque nos negamos a que nuestra existencia se reduzca a la continua existencia del día a día, porque experimentamos que los regalos materiales, --los de hoy y nuestras aspiraciones a lo largo del año--, no son capaces de llenar el gran vacío que existe en el corazón del hombre. Aquellos buenos magos se pusieron en camino, dejaron la comodidad de su Oriente para seguir una Estrella que pudiese dar luz y marcar su camino en la vida. Y la buscaron y la siguieron sin desanimarse, sin desalentarse por la frialdad de Herodes y de los que debían de conocer el lugar del recién nacido. Hasta que, finalmente, con una inmensa alegría, vieron que la bendita estrella se detenía y allí, junto a María, donde estaba aquel pobre niño, que era Emmanuel, en el que se unían Júpiter y Saturno, Dios y el hombre. Y, como todo encuentro con Jesús, obliga y exige abrir los cofres y descargar el equipaje: el oro, el incienso y la mirra. Finalmente, por otro camino, vuelven a sus hogares. Los magos pertenecen a la categoría de «criaturas en movimiento». Bastó la aparición de una estrella, en su horizonte, para ponerlos en viaje. Quizá tuvieron que soportar la ironía de los cuerdos, el sarcasmo de las personas razonables, la conmiseración general. También nosotros, como los Magos, estamos llamados a dejarnos siempre fascinar, atraer, guiar, iluminar y convertir por Cristo: es el camino de la fe, a través de la oración y la contemplación de las obras de Dios, un asombro siempre nuevo. Los magos realizaron la mayor parte del itinerario, por decirlo de alguna manera, a oscuras. Tuvieron que buscar, preguntar, informarse. La búsqueda no es nunca una marcha triunfal. Implica numerosas partidas. Y no hay por qué esperar una serie de manifestaciones espectaculares. Lo que cuenta es la perseverancia, la capacidad de no desistir, de no ceder al desaliento y de no desviarse hacia cómodos refugios ni considerarse satisfechos por conquistas provisionales. Lo que cuenta es la obstinación para caminar también cuando todo parece inútil, absurdo, imposible. Antes de llegar a ver, a adorar, es necesario soportar la oscuridad, la soledad, la ausencia, el silencio, el cansancio, el vacío e incluso la desilusión provocada por algún «experto» que nos habla de él poniéndose, no el vestido de la luz, sino «el mugriento, helador e insoportable balandrán del oficio», como subraya Alessandro Pronzato. También nosotros, como los magos, podemos sr «hijos de la estrella», sobre todo, cuando desaparece de nuestro horizonte después de haber avivado en nosotros un «deseo de luz» y caemos en la cuenta de que, a lo largo del camino que parece interminable, «Dios se manifiesta escondiéndose, se hace cercano alejándose, aparece desapareciendo y nos hace una señal negándose».

Hoy, pasamos de la Estrella de los magos, a las aguas del Jordán, en la liturgia de la Iglesia. Hoy celebramos el Bautismo del Señor. Ayer mismo, contemplábamos a Jesús niño visitado por los Magos, y hoy lo encontramos como adulto en la orilla del Jordán. Un salto de unos treinta años, de los que sabemos una cosa: fueron años de vida escondida, que Jesús pasó en familia, --tras huir a Egipto como migrante de la persecución de Herodes--, en familia obedeciendo a sus padres, estudiando y trabajando. Impresiona que el Señor haya pasado así la mayor parte del tiempo en la Tierra, viviendo la vida de todos los días, sin aparecer. Pensemos que, según los evangelios, fueron tres años de predicaciones, de milagros y tantas cosas. Tres. Y los otros, todos los otros, de vida escondida en familia. «Es un bonito mensaje para nosotros: nos revela la grandeza de lo cotidiano, la importancia a los ojos de Dios de cada gesto y momento de la vida, también el más sencillo, también el más escondido», nos dice el papa Francisco. (Post-data: Quiero finalizar hoy el artículo con un recuerdo encendido del querido hermano y compañero, Manuel González Muñana, fallecido hace unos días. Sacerdote fiel a su misión, persona de bien, amigo entrañable, nos dejó su espiritu ecuménico, la serena paz de su semblante, la luz de sus palabras clarividentes y los hermosos latidos apostólicos de un corazón enamorado de Cristo y de su Iglesia).

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