Opinión | FORO ROMANO

Casi como en tiempos de Franco

Madrid era el mundo para estudiantes y buscadores de trabajo que se edificaba durante un tiempo, el que necesitabas para llenarte de vida y construirte

Agustín Ibarrola.

Agustín Ibarrola. / Pedro P. Hoyos

La sabiduría artística de Agustín Ibarrola, pintor y escultor vasco del Equipo 57, perseguido por el franquismo y amenazado por ETA, nos lleva al parque de Miraflores, ese espacio por donde el arquitecto de Roterdam Rem Koolhaas iba a levantar en Córdoba el Palacio del Sur cuando dirigía el urbanismo de la ciudad José Mellado. Por Miraflores, pasado el Guadalquivir, delante de una pieza escultórica del artista vizcaíno que acaba de morir a los 93 años, la Mezquita aparece encajada en el cielo como una pieza necesaria en el currículum de Ibarrola, creador del Bosque de Oma (Omako basoa), situado en la Reserva de la Biosfera de Urdaibai, y siempre tocado con su txapela. La memoria de su muerte nos ha alejado, afortunadamente, de las noticias de estos días que parecían desgajadas de un almanaque de tiempos pasados cuando en España vivíamos en una dictadura y estaba permitido ofender a quien no pensara como tú. Y que ennegrecía las vivencias de cuando estudiantes, cuando vivíamos en la calle Écija, cerca del Templo de Debod, por el paseo del Pintor Rosales, el Parque del Oeste y la Moncloa, por donde estuvimos buscando alojamiento mi hija y yo cuando ella se iba a estudiar a Madrid, porque era una ciudad tan abierta y universal que no tenía dueño y su ideología era ilustrar y dar posada al peregrino.

Madrid era el mundo para estudiantes y buscadores de trabajo que se edificaba durante un tiempo, el que necesitabas para llenarte de vida y construirte con los estudios y también para llenar la cartilla que habías abierto cuando te contrataron en aquel restaurante o te dieron trabajo en una de las mil obras de la Transición. Por eso se me han saltado las lágrimas estas noches donde por Ventura Rodríguez y Ferraz los peatones habían formado una especie de guerrilla en la que aparecían personajes imposibles, que daban vida a muñecas de goma o a protagonistas de novelas por escribir. Y exhibían un rancio folklore con saludos nazis, rezo del rosario y cruces en medio de siglas. Y llenaban todas las calles de mobiliario urbano roto, altavoces y amenazas. Y para colmo hemos vuelto a un tiempo que se puede parecer a aquel pasado funesto del franquismo y de los tiempos de Tejero cuando los militares levantaban sus uniformes y comenzaban a imponer sus pretensiones. Un grupo de militares retirados han pedido la destitución de Pedro Sánchez y la convocatoria de elecciones “ante la ausencia de justicia, igualdad y democracia en España” y “ante el deterioro de la situación política”, “en base a los principios morales de la defensa de la unidad territorial”.  Y grandes empresarios, entre los que estaba el presidente de Mercadona, Juan Roig, con todas sus necesidades cubiertas e incluso con posibilidades de cotizar menos a Hacienda que cualquier ciudadano con conciencia social, aunque utilicen a diario las autopistas, las carreteras y los trenes públicos, cargan contra la legislatura de la que dicen que será una “deriva destructiva y divisiva”. Estos días es como si hubiéramos vuelto al pasado. En las comarcas de Los Pedroches y del Guadiato falta el agua para beber y cocinar desde el mes de abril, como en aquellos tiempos pasados que estas noches nos los han recordado en la calle Ferraz de Madrid, cuando por nuestros pueblos no había agua corriente; lo único bueno de aquel tiempo de los años sesenta es que escuchábamos buena música, mucho mejor que esa de los Grammy, que nos suena a destacadas ausencias.

El relator de la ONU para los derechos humanos al agua potable y al saneamiento, Pedro Arrojo, ha estado estos días en Pozoblanco y el domingo que viene, el 26 de noviembre, una manifestación protestará en Córdoba por la falta de agua potable en el norte de la provincia. Esta mañana una vecina, ya algo mayor, me ha despotricado del presidente del Gobierno como si fuera un malhechor. Le he contestado a ella, que es muy creyente, que intentar gobernar para que los pobres tengan un sueldo más alto no es malo, sino algo parecido al pensamiento de Jesucristo. Termino con esta frase de Leonard Cohen: “A veces uno sabe de qué lado estar simplemente viendo quienes están del otro lado”. 

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