Opinión | CIELO ABIERTO

Luis Mateo Díez

Vive Luis Mateo Díez por dentro de los vientos de Celama, con su estepa en los ojos y la sabia pericia de contar. Este Premio Cervantes va para un narrador que simboliza su estirpe de un temblor de oralidad con la voz de madera y el óxido en las cuencas del recuerdo. Uno ve también ahí, cerca, a José María Merino y a Juan Pedro Aparicio, con su temperatura de amistad, pero no sólo eso: porque los tres encarnan el triunfo de la imaginación con los pies clavados en la tierra. El barro de la realidad deja siempre grietas de misterio si nos demoramos al mirarla, y eso es Luis Mateo Díez: desde ‘Las estaciones provinciales’, su primera novela, hasta ‘Vicisitudes’, esa obra magna de un escritor que sigue siendo joven con 81 años, porque la fantasía es siempre joven. Desde el paradigma cervantino de los cuentos dentro de la novela y el relato dentro del relato brilla, especialmente, ‘La ruina del cielo’, su consagración, Premio de la Crítica y Premio Nacional en 1999, cuando algunos jóvenes escritores de entonces esperábamos a Luis Mateo Díez en un colegio mayor de la Ciudad Universitaria escuchando el disco ‘Rumbo al 2000’. Cuántos recuerdos. También es un maestro Luis Mateo en la obra corta: ‘La mirada del alma’, con su lento misterio de esos ojos brillantes que atraviesan el tiempo, o ‘El eco de las bodas’, con esa ceremonia de sublimación avocada al vacío. Cuando España se adentraba en la democracia y todos creíamos, más o menos, en las mismas cosas --en esencia, igualdad de derechos, sin privilegiar a unos territorios contra otros--, la novela era social o experimentalista. Hacían falta otros caminos, que se inauguraron con la imaginación de este trío festivo de narradores nobles. Ahí ha estado siempre la recia bonhomía de Luis Mateo Díez, con su escritura clara y cristalina, y una fantasía que deslumbra y tiene nuevos cultivadores leoneses, como Luis Artigue. Se premia a un escritor y a una poética cervantina que genera sus mundos de fuentes sin edad.

* Escritor

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