Opinión | ENTRE VISILLOS

Antes de que el apocalipsis nos alcance

Pronósticos más o menos científicos anuncian un futuro negro para la humanidad

Quizá fuera por la cercanía de Halloween y su parafernalia de sustos impostados, entre el terror y la risa; o tal vez porque desde el covid, y con guerras indecentes y otras muchas catástrofes alrededor, de las que el ser humano casi nunca es inocente, parece como si nos hubiéramos habituado a la negrura sin sentirnos demasiado incómodos en ella. Lo cierto es que desde hace unas semanas los periódicos, incluso los más serios --sobre todo en la versión digital, más traviesa-- se han llenado de informaciones apocalípticas con envoltura de ciencia ante las que, puestos a hacer caso, sólo cabría entonar aquello del apaga y vámonos. Son titulares como «Una escalada inédita en las temperaturas deja sin respuesta a los científicos», «El aumento del metano podría indicar que la tierra ya es un enfermo terminal», «La humanidad traspasa la zona de peligro de los límites planetarios», o el mejor de todos, o sea el peor, «La extinción de la especie humana ya tiene fecha». Lo dicen así y se quedan tan panchos, aunque luego sigues leyendo y el temor se te ablanda al conocer que faltan unos mil millones de años para que se vaya al carajo el planeta. Quedará diluido como lágrimas en la lluvia, calculan, cuando la envoltura del Sol se expanda y achicharre a los habitantes que sobrevivan por entonces; pocos, advierten, porque por esas fechas la atmósfera terrestre contendrá muy poco oxígeno, por lo que es probable que no sean los humanos sino los microbios anaerobios los últimos terrícolas vivos, sentencia Scientific American. Eso sin contar con otros escenarios que aceleren el apagón definitivo tales como el impacto de un gran asteroide, una devastadora pandemia de alcance global --más devastadora y más global que la sufrida, que ya es decir--, una guerra nuclear mundial o sucumbir a los estragos de la emergencia climática, estos dos últimos causados por nuestra propia irresponsabilidad.

Y sí, eso sí que da auténtico pavor entre tan horripilante paisaje de ciencia ficción. Porque lo que de verdad debiera meternos el miedo en el cuerpo, a ver si así empezamos a obrar con sensatez, es la gran certeza del calentamiento global que ya nos zarandea por culpa de la mano del hombre (y de la mujer). Todos deberíamos poner de nuestra parte en ello, los ciudadanos con comportamientos menos derrochones, sea de agua, luz, coche, comida o de lo que sea; y los políticos con actuaciones comprometidas que vayan más allá de una declaración de principios. Lo que se está viendo con sequías, lluvias que arrasan ciudades y campos pero no suben el nivel de los pantanos, huracanes y demás avisos de la naturaleza requiere mucho más que buenas palabras y cenáculos intergubernamentales para salir en la foto. Cuatro años después de que, en septiembre de 2019, el Congreso de los Diputados aprobara la declaración del estado de emergencia climática en España, científicos, activistas y oenegés denuncian que tanto las administraciones españolas como las internacionales han relajado las metas medioambientales para parchear otras desgracias sobrevenidas como la pandemia y la guerra de Ucrania y sus consecuencias económicas.

En cuanto a nuestro horizonte cercano, hay que recordar que en abril quedó aprobado en un Pleno de manera inicial el anteproyecto del Plan Municipal contra el Cambio Climático de Córdoba. Incluye más de 80 medidas, entre las que figuran bonificaciones fiscales en licencias de obras para la eficiencia energética, planes de emergencia e incendios y llamadas a la adaptación de la agricultura y el turismo a fórmulas sostenibles, unos planteamientos que contarían con 63 millones de euros para su ejecución. Ya sólo queda eso, que se ejecute. Antes de que el futuro apocalíptico nos alcance.

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