Opinión | ENTRE VISILLOS

Una carta de amor a Córdoba

El día que Francisco Solano Márquez recibió la Medalla al Mérito de la ciudad

Hay muchas maneras de dar las gracias, y Francisco Solano Márquez Cruz eligió agradecer la Medalla al Mérito, que esta ciudad le otorgaba por los sesenta años que lleva divulgándola y engrandeciéndola a través de sus escritos, de la forma que mejor cuadra a su trayectoria profesional y vital: con una carta de amor a Córdoba. La leyó, con esa voz pausada y con sabor a caramelo que lo caracteriza, impregnada de la misma emoción que llevaba noches robándole el sueño, en un Gran Teatro que el pasado domingo se vestía de fiesta para la entrega de las máximas distinciones que concede el Ayuntamiento a quienes ensanchan con su trayectoria el nombre de esta urbe cuatro veces Patrimonio de la Humanidad. Personajes tan notables como la futbolista Rocío Gálvez, la bailaora Inmaculada Aguilar, el sociólogo Manuel Pérez Yruela o el mismísimo Manuel Benítez ‘El Cordobés’, V Califa del Toreo y toda una leyenda, subieron también al escenario para recoger sus galardones junto a representantes de instituciones admiradas como la Fundación Gala, Proyecto Hombre y el Ejército de Tierra, todos ellos merecedores de los más grandes honores. Pero me van a permitir que, aun a riesgo de caer en corporativismo, dedique estas líneas al maestro Solano, pues a fin de cuentas no todos los días se reconoce a tan alto nivel a un periodista, siempre al otro lado de la noticia.

Conste que al hacerlo me aseguro un suave rapapolvo de los suyos, cariñoso y susurrante pero contumaz, porque a este hombre sencillo y de irritante modestia le incomoda saberse centro de atención; y más si lo llamas maestro, una palabra de la que, aplicada a él, abomina por considerarla pretenciosa. Y eso que el magisterio fue la primera tentación de este montillano, cosecha del 44, nunca ejercida con niños. Aunque sí en teleclubes y, entre guiños culturales y canciones de moda --orque Solano era un moderno, patilludo y de poblado mostacho--, en la radio de los sesenta, donde descubrió su vocación de comunicador. Pero sobre todo, como redactor destacado de Diario CÓRDOBA y luego director de ‘La Voz’, y desde los gabinetes de prensa institucionales que encabezó, dejó huella en toda una generación de periodistas hoy ya jubilados o a punto de estarlo --cómo pasa el tiempo--, a quienes nos regaló su ejemplo. Una lección de rigor profesional, palabra oportuna, detallista y reivindicativa aunque sin desmelenamientos; y la enseñanza de que no hay temas grandes o pequeños, que todos son dignos si están bien enfocados y redactados, algo que en su caso roza la perfección. Con todos los compañeros, con los periodistas de entonces, los de ahora y los que vengan detrás quiso compartir Solano, «un corazón agradecido», la distinción que el municipio le otorgaba en respuesta a una solicitud de la Asociación de la Prensa.

Y es que no hay mayor triunfo que el ser estimado por los suyos. Pero si en el caso de Paco Solano este reconocimiento se extiende a la Córdoba de su querer, la Medalla municipal se convierte en un acto de justicia hacia quien hubiera reunido todos los atributos para ser un irreprochable cronista de la ciudad. A su modo, sin oficialismos y con absoluta entrega desinteresada, lo ha sido desde todos los espacios que ha ocupado, incluida la gestión cultural en la Caja Provincial y después Cajasur, así como en incontables artículos en la prensa local y en libros de prosa cristalina que se leen con el interés de un reportaje largo, porque así están concebidos. Más de una veintena llevan su firma, algunos de enorme éxito. Y vendrán más, porque escribir es para este inquieto jubilado --académico muy activo-- la pócima de la eterna juventud; un filtro de amor a Córdoba, a la que sigue enviando cartas con pasión adolescente.

Suscríbete para seguir leyendo