Opinión | foro romano

La Historia Sagrada y los quioscos

Ya de mayores nos dimos cuenta, para nuestro desánimo, de que estas narrativas estaban llenas de guerras

Quiosco de prensa en Córdoba capital.

Quiosco de prensa en Córdoba capital. / arc

Ignacio pintaba todos los sábados en la pizarra de las Escuelas el evangelio que tocaba, que para eso estábamos en el nacionalcatolicismo al que nos obligaba la dictadura en la que vivíamos sin saberlo. Luego nos llevaban en fila camino de la iglesia a la que llegábamos más o menos al mediodía, nos daban la clase de Doctrina que tocara y, al final, el cura rompía filas y nos íbamos para nuestra casa. El sábado, el día de antes del domingo, tiempo para ir a misa y cumplir con el sagrado precepto, pertenecía a la enseñanza de la Historia Sagrada, esa asignatura en la que estudiábamos cómo vivió el pueblo de Dios, el elegido, el judío, narrado en los libros del Antiguo Testamento (Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio), el Nuevo Testamento, los cuatro evangelios, los Hechos de los Apóstoles y el Apocalipsis. Era estudiar la historia del pueblo de Dios, el judío, que más adelante nos enteramos que en el siglo XX fue maltratado por los nazis alemanes. 

La historia sagrada, para los niños, era la verdad, el único espacio, la intervención directa de Dios en la historia, cuya fuente documental era la Biblia. Eran relatos atractivos, desde Adán y Eva y Caín y Abel a Moisés, el Arca de Noé y los diez mandamientos, la vida del pueblo semítico, los semitas y los israelíes, que conquistaron y habitaron la antigua región de Canaán, lo que sería Palestina. El tiempo de Moisés, liberador del pueblo hebreo de la esclavitud de Egipto, que murió en el monte Nebo, al oeste de la Jordania actual, desde donde miró por primera y última vez la Tierra Prometida y desde donde nos adentramos hace unos años hacia la capital jordana Ammán, cuando estuvimos en Tierra Santa. Y llegaron las Cruzadas, una serie de campañas militares organizadas por los papas y el cristianismo occidental para rescatar Jerusalén y Tierra Santa del control musulmán a donde iba a luchar Ricardo Corazón de León, que la leyenda lo convirtió en héroe. Ya de mayores nos dimos cuenta, para nuestro desánimo, de que la Historia Sagrada estaba llena de guerras y que la religión, como ideología, se llenaba del odio de la humanidad. Lo dejó escrito hace unos días Manuel Vicent: «El alma humana exuda tres clases de odios extremadamente puros. El más acendrado, el que más sangre ha provocado a lo largo de la historia, es el odio teológico… la horca, la hoguera, la guerra a degüello, todo en nombre de Dios». Luego está el odio entre eruditos y científicos y finalmente el odio entre poetas. Y se nos vino abajo la Historia Sagrada. Porque esa historia, la inocencia infantil en plena intensidad, era un regalo necesario para la imaginación de una edad que se alimenta de fantasía y crea mundos alejados de la realidad adulta. Y de toda ideología que señale que los crímenes son de clase distinta según quienes los cometan y que el encendido nocturno del patrimonio cordobés a favor de unos o de otros depende del color los autores. Lo dijo Anguita: «Malditas sean las guerras y los canallas que las hacen» tras la muerte de su hijo el periodista Julio Anguita Parrado -que trabajó en este periódico- por un misil del ejército iraquí en Bagdad en abril de 2003. Ahora, en ese destino del turismo de todas las edades, Tierra Santa, hay más de 2.800 muertos y casi 10.000 heridos desde el sábado 7. Donde aparecen los nombres protagonistas de Israel, Hamás, Gaza, Netanyahu y Estados Unidos. Cuando a los niños de todo el mundo le han roto la Historia Sagrada. 

Manuel, todos los días al volver de las Escuelas se sentaba en una silla de la barbería de su padre y se ponía a leer el periódico. No iba a comprarlo porque se lo traía el cartero y los quioscos llegaron al pueblo años más tarde. Pero cuando llegó a Córdoba y más tarde a Madrid, se quedaba extasiado ante estos puestos de periódicos y revistas donde se daba una vuelta por el mundo. En Villaralto el primer quiosco fue el de la Mari Carmen, donde sólo se vendían novelas de amor. Pero luego Manolín el Torero, de temple empresarial, montó el primer quiosco de periódicos y revistas en la primera sala de su casa. Fue otra historia donde venían a beber las noticias los amantes del deporte y los viajeros de vacaciones. El quiosco pasó a manos del bar de Paco Moreno, donde iba todas las mañanas Juanito el de Enrique a leer el Marca, bar que clausuró desgraciadamente estos tenderetes ilustrados mucho antes de la maldición del covid. Que acabó con el papel. Ahora en algunos quioscos de Córdoba se puede leer este lamento de ayuda: «Si el Ayuntamiento no lo remedia, la mitad de los kioscos de Córdoba desaparecerán en 2025. ¡¡Ayúdanos a evitarlo!!». 

Ningún niño merece que le roben la Historia Sagrada ni que le quiten los quioscos de sus sueños.

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