Opinión | A PIE DE PÁGINA

La Roma viral

Si una cosa que te perjudica se hace viral, ya puedes bajar a toda la corte celestial

La viralidad es un bicho muy malo que no se mata con piedra ni palo. Si una cosa que te perjudica se hace viral, ya puedes bajar a toda la corte celestial, que no te libras de la mofa, la befa y el escarnio. Podrás invocar a las fuerzas del orden y estas castigar a quien difundió el asunto que te desvela, pero eso no va a evitar que el virus siga rulando por el espacio infinito de internet y sus muchas capas. Hay gente que piensa, incluso, que lo viral es lo real. Y, por eso, cuando alguien quiere entretener al pueblo durante una semanita, lanza una ocurrencia -verdadera o falsa es lo de menos- y la hace girar hasta que todos, por un medio u otro, nos enteramos de ella.

La penúltima es esa que afirma que los hombres piensan en Roma al menos una vez a la semana. No en Roma ciudad abarrotada y parque temático, ni en la Roma de Fellini, lo que tendría todo el sentido. No. En la Roma histórica, con sus triclinios, sus gladiadores, sus esclavos, su SPQR y toda la pesca. Se ve que algún ser humano, sin duda aburrido, reflexionó dos segundos sobre el asunto y convirtió la anécdota en categoría. Y, como estamos enfermos de ‘personalitis’, enseguida empezamos a hacer encuestas a nuestro alrededor y el resultado de tan irrelevante muestra lo hicimos dogma: los señores piensan muy a menudo en la República y el Imperio romano. No hay más que hablar.

O sí. Porque la bobería se difunde hasta el punto de que los medios tradicionales la recogen e, incluso, ‘National Geographic’, esa biblia de lo serio, se hace eco del asunto e intenta explicar la teoría no en uno, sino en varios artículos. Por ejemplo, Amy Briggs, la redactora jefe de Historia de la publicación, nos explica que «muchos de los hombres que conozco y que piensan mucho en Roma parecen estar más interesados en dos cosas: «La ingeniería y el ejército». No nos dice Briggs cuántos señores integran ese «muchos». ¿Tres? ¿Cinco? ¿Doscientos veintisiete?

Mujer de mi tiempo como soy, no quería quedarme sin alardear de mi capacidad demoscópica que se reveló, sin embargo, limitada. Solo conseguí que cuatro señores, entre ellos el que está casado conmigo gracias al derecho (romano), me respondieran sin mirarme como a una pirada. Mi marido me preguntó, ojos abiertos como platos, que si me refería a algún aspecto concreto, que habría yo de entender que Roma era muy grande y que no duró dos días su influencia. Y que si Emérita Augusta y la energía de su teatro. Y supe, de inmediato, que por ahí no era.

Mi cuñado, que es lo menos cuñado que conozco y lo más práctico que se ha visto, me soltó que vaya cosa, que claro que pensaba en Roma porque acababa de volver de allí y es normal que se rememore aquello que tiene uno más reciente, especialmente si se trata de tus vacaciones. Un apreciado amigo me respondió: «¿Eh?». Y siguió la conversación como si Roma no formara parte del mundo conocido. Otro se sintió ofendido porque pensó que le estaba interrogando sobre su gusto por los gladiadores. Un fracaso, pues.

Un fracaso del que he aprendido a recordar que yo tengo dos vidas, la de periodista y consultora novelera, que se apunta a un bombardeo, y la real, que es la que me da de comer. Y los habitantes de una y otra no solo no se conocen, sino que no se van a cruzar nunca, de modo que cuando hago estas preguntas debo calibrar bien en qué entorno estoy, no se vaya mi reputación de persona cabal por el desagüe. O, para ser fieles al tema, por la Cloaca Máxima.

* Escritora

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