Opinión | A pie de página

El duelo

Las fases del duelo político son las mismas que las del común

Como ya hay en el planeta más politólogos que personas, en estas letras de hoy se van a hacer, únicamente, afirmaciones intrascendentes propias del verano que ya nos vamos mereciendo ustedes y yo.

Lo que no voy a evitar, porque está en mi naturaleza y a eso hemos venido, es darles mi innecesaria opinión sobre lo pesadísima que resulta la gente que no supera lo suyo.

Estamos rondando unas edades en las que sabemos, por desgracia, lo que es el duelo.

Hemos perdido --trance inevitable-- a seres queridos, nos hemos separado, dolorosamente, de amores que no cuajaron, hemos hecho mudanzas extenuantes. Ah, y nos hemos metido en obras que se prolongaron más allá de lo humanamente soportable.

Tenemos, además, internet que, desde hace ya décadas, es oráculo al que acudimos cuando necesitamos un médico o un psicólogo. Así que conocemos, de sobra y de primera mano, cuáles son las fases que debemos atravesar para superarlo.

Las recuerdo, por si acaso: negación, ira, negociación, depresión y aceptación.

Pero quizá ustedes ignoren --y estaría bien que así fuera, porque de este modo puedo proceder a explicárselo-- que existe, igualmente, el duelo político.

Es aquel que sobreviene tras unas elecciones, después de no conseguir los resultados previstos y aireados a bombo y platillo, con luces y cascabeles.

De modo que, a la decepción por no haber alcanzado mayoría absoluta o suficiente para gobernar, hay que sumarle la vergüenza de haber quedado rematadamente mal ante votantes propios y extraños.

Al otro lado, también pasan por esta clase de duelo aquellas fuerzas y exlíderes que son incapaces de entender que este tiempo ya no es el suyo y que, si uno dice que se va de un lugar, está feo quedarse y, además, insultar al anfitrión.

Las fases del duelo político son las mismas que las del duelo común más arriba señaladas. Lo sé porque no solo las he presenciado, sino que, en una vida anterior, las he transitado en carne propia. Cuando se trabaja en comunicación política y pierden los tuyos es muy duro masticar que no has hecho lo suficiente o que has hecho lo incorrecto, así que se te queda la misma cara que aquellos a quienes has asesorado.

Igual que ellos, vas atravesando las diferentes fases hasta que llegas a la aceptación. Y conviene que lo hagas rapidito y sigas a lo tuyo, porque gira il mondo gira y cocodrilo que se duerme es cartera. Son las reglas de la campaña permanente.

Lo que no puedes hacer, bajo ningún concepto, es quedarte enganchado en la fase de negación un día tras otro, saltando ocasionalmente a la ira para volver, de nuevo, con el racarraca de que vas a formar gobierno, cuando está claro que no tienes posibilidad, hablando de alianzas que solo existen en tu cabeza o en tus deseos y dándole al personal la mañana, la tarde y, si se dejara, la noche.

Ni puedes, en el caso ya descrito de ser un partido o un político cuyo tiempo pasó, estar dale que dale amenazando con dinamitar toda cosa que haga la formación que te ha fagocitado.

Convendría ir aceptando (ojalá haya sucedido cuando esto se publica) lo inevitable y prepararse para lo que venga. Porque este estado de fingimiento perpetuo, esta matraquilla insufrible es agotadora para quien la oye o la lee, pero, permítanme el consejo, no debe ser tampoco muy sana para quienes la repiten.

Iba a dejarles aquí, para terminar, una cita de Churchill sobre el fracaso y la victoria, de esas que sirven para todo propósito y lugar, muy adecuada para estos tiempos y quienes los habitamos. Pero me he decantado por esta otra de Michi Panero cuando decía, con más razón que un santo, que «lo peor que se puede ser en este mundo es coñazo».

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