Opinión | tormenta de verano

Educar para vivir

La sociedad del futuro, que preparan y en la que vivirán nuestros alumnos, será distinta a la presente

La actualidad cotidiana de estos días viene marcada, entre otros temas, por el regreso a las aulas de los estudiantes de secundaria, que comienzan hoy su curso, sumándose a los más de 62.000 alumnos de otras etapas que ya lo hicieron en la provincia el pasado lunes, y la apertura de curso en la Universidad Loyola Andalucía, tras dos semanas de actividad docente con sus más de 4.000 alumnos de diversos grados.

Sobresale la importancia para nuestra sociedad del reto educativo y académico que, en todas sus etapas formativas, debe procurar «la formación de generaciones de buenas personas y futuros buenos profesionales que ayuden a hacer del mundo un lugar mejor para todos» como señaló Fabio Gómez-Estern, el nuevo rector de Loyola en su toma de posesión. Efectivamente, ni las ciencias ni los alumnos en el proceso educativo son un contenedor acumulativo de saberes, sino que tienen una evidente responsabilidad de transformación de la sociedad, en la que es fundamental una formación integral de la persona. El profesor jesuita Ignacio Ellacuría nos recordaba nuestra tarea de «hacernos cargo de la realidad para mirar más allá de nuestro entorno inmediato, cargarnos con ella dando respuestas comprometidas, y encargarnos de la misma para ser transformadores». La sociedad del futuro, que preparan y en la que vivirán nuestros alumnos, será distinta a la presente, y necesita de nuevas respuestas, que necesariamente deben ser críticas, valientes y evolutivas, en la construcción de sociedades más abiertas y plurales, inclusivas y sostenibles. Necesitamos educar para la vida, y no una vida cualquiera, sino donde sea respetada la integridad y dignidad de todo ser humano. Ya dijo hace años el padre de la teoría de las inteligencias múltiples, el neurocientífico Howard Gardner, que una mala persona no llega nunca a ser un buen profesional. Por eso ambas perspectivas, formativa y académica, se presentan unidas desde una visión ética de la vida y las relaciones, sin la cual el mundo no puede avanzar sino retroceder. Así, hoy día muchas empresas no miran tanto el número de idiomas o la cantidad de títulos de un aspirante, sino las habilidades curriculares que demuestran los compromisos y quehaceres de cada uno, que le permitan integrarse en equipos, adaptarse a situaciones variables o liderar proyectos, por ejemplo.

Destaca, a sensu contrario, ante este enorme reto, el informe Panorama de la Educación 2023 presentado recientemente por la OCDE, donde se señala que el 17,2 % de los jóvenes españoles ni trabaja ni estudia, con lo que de perjuicio les supone para su incorporación al mercado laboral y de empobrecimiento personal. Liderando nuestro país el ránking de jóvenes que no siguen estudiando más allá de los 16 años, pues el 27 % alcanza como máximo la titulación de la enseñanza secundaria obligatoria. Todo un desafío a corregir con políticas de motivación, pero también de un esfuerzo que siempre resulta necesario pero no está de moda. Ante este reto inmenso, al que se dedican miles de profesionales que procuran a diario la excelencia educativa, no podemos perder de vista que debemos sumar al resto de los agentes sociales que son parte de esa comunidad educativa en sus diversos grados y estamentos: desde la responsabilidad de la Administración y los poderes públicos, los medios de comunicación, las familias y los centros educativos. Como dice el proverbio africano, para educar hacer falta la tribu entera. Y me temo a la vista de los datos del informe, y sin perjuicio de esos otros jóvenes preparados en los que descansa nuestra esperanza, que no estemos siempre dando el mejor de los ejemplos. ¡Para hacérselo mirar!

*Abogado y mediador

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