Opinión | para ti, para mí

Aromas para un septiembre de vértigo

Son tres: la fiesta de Santa Teresa de Calcuta, Nuestra Señora de la Fuensanta y la «corrección fraterna»

Vivimos en una vorágine constante de llamadas, correos, wasaps, mensajes de texto, mensajes de audio, emoticonos, memes, chats, vídeos, grupos, perfiles, redes... Todo gira en torno a un mundo virtual que nos absorbe, nos encadena, nos domina y nos somete, drenando nuestra energía y mermando nuestra capacidad cognitiva, hasta volvernos esclavos y paranoicos. El sistema ha diseñado un plan perfecto para someternos a través de su famosa ‘Rueda del Hamster’, que «consiste en trabajar las máximas horas posibles, para ganar un dinero con el que comprar utensilios, a través de los cuales ganar más dinero, que a su vez sirve para consumir y pagar facturas durante todo el mes, hasta agotar todo lo que hemos ganado, y volver a repetir la misma operación sucesivamente hasta el final de nuestros días», según nos detalla Martín Sánchez, vía internet, en sus profundas «contra-opiniones». No es fácil afrontar y vivir el momento presente, mantener nuestros propios criterios, saber qué nos conviene y cuáles han de ser las verdaderas fuentes de nuestras decisiones personales. Nos hemos adentrado ya en un septiembre de vértigo, con una cadena de «anomalías democráticas» a la vista. Por eso, será bueno abrirnos a esos tres aromas que nos ha dejado esta semana: la fiesta de Santa Teresa de Calcuta, celebrada el pasado cinco de septiembre; el día de Nuestra Señora de la Fuensanta, con sus múltiples actos en torno a su santuario, y el evangelio que proclamamos hoy, domingo, en las eucaristías. Primero, la silueta de una mujer que se definió con estas palabras: «De sangre soy albanesa. De ciudadanía, india. En lo referente a la fe, soy una monja católica. Por mi vocación, pertenezco al mundo. En lo que se refiere a mi corazón, pertenezco totalmente al Corazón de Jesús». De pequeña estatura, firme como una roca en su fe, a la madre Teresa de Calcuta le fue confiada la misión de proclamar la sed de amor de Dios por la humanidad, especialmente por los más pobres entre los pobres. «Dios ama todavía al mundo y nos envía a ti y a mi para que seamos su amor y su compasión por los pobres». Fue un alma llena de la luz de Cristo, inflamada de amor por Él y ardiendo con un único deseo: «Saciar su sed de amor y de almas». Recordaremos siempre una de sus frases más luminosas: «La enfermedad que padece el mundo, la enfermedad principal del hombre, no es la pobreza o la guerra, es la falta de amor, la esclerosis del corazón». El segundo aroma nos lo ha dejado Nuestra Señora de la Fuensanta, en la fiesta de la Natividad de la Virgen, una de las fiestas marianas más antiguas. La Iglesia lee en el nacimiento de la Madre, el preludio del nacimiento del Hijo, y necesita celebrar que la salvación toma carne en la historia humana a través de esa cascada de generaciones que desemboca en el «sí» decidido de una mujer galilea. El nacimiento de toda criatura es, pues, una invitación de Dios a participar en la vida plena con él. María nos abre de par en par su regazo para que sintamos sus latidos maternales, su intercesión ante Dios Padre, su bondad y su ternura, que nos «humanicen» para que no perdamos jamás el sentido fraternal de la historia. Y el tercer aroma para este mes de septiembre nos llega hoy, domingo veintitrés del Tiempo Ordinario, en el evangelio que se proclama en las misas, cuyo tema central es la «corrección fraterna». Dios razona de una manera muy diferente a nuestros razonamientos y espera que nos hagamos cargo del prójimo por medio de un amor que no es sólo complacencia sino también «amonestación», cuando hace falta: «Si tu hermano peca contra ti, repréndelo a solas». No conviene, sin embargo, confundir esta llamada a la «corrección fraterna» con un ejercicio arbitrario de la misma, como si fuésemos nosotros los depositarios del sentido del bien y del mal. Para guardarnos de semejante tentación, Jesús indica la mediación de la comunidad. El objetivo no será castigar a la persona, mucho menos humillarla, sino ayudarla a desplegar todo el bien del que es capaz.

Septiembre nos adentra ya en el curso escolar, académico y pastoral. La educación y la formación constituyen las dos grandes columnas de las clases y del alumnado. Educar, ya lo sabemos, en una definición magistral, es «seducir con encantamiento y ejemplaridad». Hoy todo va demasiado deprisa, por eso es importante tener «una adecuada concepción de la vida», siendo capaces de encontrar respuestas a los grandes temas: «De dónde venimos, a dónde vamos, qué sentido profundo tiene la existencia». El problema es que nuestros dirigentes, -incluimos todos los ámbitos-, no nos manipulen ni nos engañen con descaro, ni destruyan nuestras ilusiones y esperanzas. Lo dice Don Quijote: «Cada uno es hijo de sus obras». Dicho de otro modo: «La felicidad es un resultado de nuestro proyecto de vida». En este septiembre de vértigo, respiremos estos «aromas» de trascendencia para seguir «navegando».

*Sacerdote y periodista

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