Opinión | tribuna abierta

Vamos mal

La incapacidad de los grandes partidos para entenderse confiere un gran poder a los nacionalistas

Regreso del verano muy preocupado y supongo que no soy el único. La incapacidad que muestran los grandes partidos para entenderse (no es no), porque para bailar el tango hacen falta dos y dos no bailan si uno no quiere, nos aboca a una situación que confiere un poder desmesurado a pequeños partidos nacionalistas que no quieren que el invento funcione. Con la connivencia boba del PSOE, un partido que tuvo un papel esencial en la Transición que asombró al mundo y alumbró la Constitución de 1978, algunos están trabajando con denuedo para derribarla. Y se empieza por desprestigiarla. Solo así se pueden entender actitudes que hemos visto este verano y que no se deberían haber permitido nunca. La primera es la de jurar o prometer la Constitución por parte de los señores diputados con fórmulas grotescas como «por la Tercera República» o como «por la independencia de Cataluña» que equivalen a no jurar porque son dos conceptos que no es que no quepan en nuestra Carta Magna, sino que van claramente contra lo que ella describe como un Estado «unitario» y una «monarquía parlamentaria».

Mi paisana Francina Armengol, flamante presidenta del Congreso, no debería haberlo permitido. Debería haber actuado como hizo otro paisano ilustre, Félix Pons, cuando rechazó la chorrada con la que Jon Idígoras quiso hacerse con su escaño. Eran otros tiempos, otro temple y otra categoría. Tampoco se debería permitir que algunos grupitos rechacen ir a ver al Rey para informarle de su intención de voto en una futura investidura. No hacerlo, además de una falta de educación hacia el jefe del Estado, le dificulta al monarca calibrar con precisión los apoyos con los que cuenta cada candidato para poder luego cumplir con su trabajo de proponerlo a las Cortes. Si están en el Congreso, deben acatar sus normas. Es un desprecio a la institución y he echado de menos una clara toma de posición al respecto por parte del Gobierno en funciones, que ha jurado «lealtad al Rey y defender la Constitución como norma fundamental del Estado». Tampoco me parece bien que el PSOE preste diputados a pequeños partidos para que puedan formar grupo parlamentario cuando no han sido capaces de conseguir en las urnas los votos necesarios para ganárselo. Se les concede así un peso en la cámara que no merecen y se les da un altavoz y un tiempo para defender posiciones sin equivalente respaldo popular. Es una distorsión del sistema que no contribuye a prestigiar al Congreso. Lo que los dos partidos hacen con la Justicia no tiene nombre.

El bloqueo desde hace años del Consejo General del Poder Judicial o los nombramientos de jueces para el Tribunal Supremo y el Constitucional revelan un intento desvergonzado por influir en sus decisiones e incluso controlarlos. La división de poderes, esencial en una democracia, sufre mucho con estos manejos que dañan la imagen independiente de la Justicia y que se añaden al hecho incontrovertible de que el Legislativo no solo no controla al Ejecutivo, como es su labor, sino que se ha convertido en una cámara de resonancia de las decisiones del gobierno. Los diputados hoy aplauden con las orejas y sin rechistar las instrucciones que reciben de Moncloa o de Génova o de donde sea. Si el Congreso controlara al Gobierno nunca hubiera aprobado el engendro de la ley del sí es sí que ha puesto en la calle a centenares de delincuentes sexuales (es un escarnio ver a ministras y ministros que la aprobaron y que no han dimitido pedir ahora la dimisión de un grosero individuo que da un beso no consentido y que ya debería haber sido puesto de patitas en la calle por quien corresponda).

No respetar las instituciones es el principio del camino que lleva a acabar con ellas, como con buenas formas, eso sí, ha propuesto el lendakari en cuatro pasos: federalismo asimétrico (de hecho ya existe), reconocimiento de la plurinacionalidad (en la izquierda se habla de ella con toda naturalidad), para ir a un estado confederal con «capacidad de decidir pactada» como parada y fonda hacia la independencia. Aparte de los populistas de Sumar, que se han echado al monte y ya hablan con desparpajo de amnistía y referéndum, no entiendo a un PSOE que hasta ahora siempre había defendido la igualdad entre los españoles y no los chiringuitos identitarios. Porque, señor Sánchez, tiene usted una enorme responsabilidad. No todo vale. Vamos mal.

*Diplomático

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