Opinión | PUNTO Y COMA

La España vaciada

La etiqueta ‘España Vaciada’ hace referencia a los territorios afectados por la despoblación. Para que una provincia pertenezca a este conjunto, ha de cumplir los requisitos de haber perdido un número considerable de habitantes entre 1950 y 2019, y poseer una densidad poblacional inferior a la media nacional. Actualmente existen en España 23 provincias que presentan ambas condiciones. Se trata de más de la mitad del territorio nacional, el cual alberga un 17% de la población total, que representa un cuarto de los escaños del Congreso de los Diputados. No obstante, aunque los casi 300.000 quilómetros cuadrados que se vacían continúan perdiendo inquilinos, existe un movimiento ciudadano que quiere alcanzar las instituciones no sé si para atraer a personas, pero sí para perseguir, en teoría, el equilibrio territorial. De norte a sur, por aquello de terminar en casa, el término que aquí me ocupa va unido a zonas interiores: en la tierra de los hijos de Breogán, las provincias de Lugo y Orense; las nueve provincias de Castilla y León; las tres del que un día fuera reino de Fernando; La Rioja; las provincias de Guadalajara, Cuenca, Albacete y Ciudad Real, en la Castilla inmortalizada por Cervantes; las dos de ‘Extrema Durii’, y las provincias de Córdoba y Jaén, en Andalucía.

Hoy me gustaría plasmar circunstancias que se dan en algunas de estas zonas, que bien podrían ser extrapolables a otras. Es cierto que la provincia de Orense no ha dejado de vaciarse desde los años 50 del siglo XX. Oleadas de jóvenes partieron a pie hacia el puerto más cercano, para subirse al barco que los llevaría al Nuevo Mundo, el mismo que, posteriormente, envió de vuelta a los nietos de aquellos. En los años 60 y 70 muchos paisanos emigraron a Alemania, Francia o Suiza, y, dentro de España, a Cataluña o Euskadi. Los que se quedaron se entregaron al trabajo de una tierra desagradecida, al amparo del carácter minifundista de las propiedades. Así, la división de los terrenos en porciones ínfimas ha dificultado la explotación y el propio acceso a las posesiones, cuya extensión muchos han ampliado a golpe de martillazo despistado que mueve las lindes en horario de noche. Parece que el escritor venezolano Rómulo Gallegos visionó el futuro del Viejo Mundo cuando, en 1929, examinó el tópico sociológico ‘civilización frente a barbarie’ en su novela realista ‘Doña Bárbara’. Ahora que ha pasado el tiempo, muchos de los que un día emigraron desean retornar a casa y se encuentran con que los que lloran por pertenecer al grupo de la España Vaciada hacen gala de aquello de ‘el que fue a Sevilla perdió su silla’.

Cuando alguien pretende rehabilitar una vivienda y, con ello, acudir al auxilio de quienes gritan por un vaciamiento que se supone querrían frenar, y lo único que encuentra son piedras catapultadas desde un extraño ordenamiento legal, administrativo y ciudadano, entiende que directamente le han partido su silla. Y no es un caso exclusivo de la provincia de Orense, porque hace pocos días me relató la misma desagradable experiencia un vecino de Espinosa de los Monteros, precioso pueblo burgalés, que casualmente también pertenece a la ‘España Vaciada’. Si todas las averías del sistema que abastece de agua a pueblos de esta España aparecen cuando arriban los que querrían contribuir al desarrollo de localidades que se vacían al compás de alaridos que piden no desaparecer, se entiende que quienes solicitan llenar por un lado vacían por otro. Por ello y mucho más, me pregunto si tal vez, en algunos casos, no se podría cambiar la etiqueta de ‘la España Vaciada’ por la de ‘la España que vacían’.

** Lingüista

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