Opinión | ESCENARIO

Calaburras

Dirán ustedes que cuando llega el verano sólo hablo de Fuengirola, pero es que, como el de tantos cordobeses, es mi lugar de vacaciones. Otros tantos o casi, se decantan por la costa oriental y tienen como destino el Rincón de la Victoria, Torre del Mar, Torrox y Nerja o siguen más allá hacia la costa granadina y almeriense; otros, prefieren las costas de Cádiz y Huelva; y otros, buscan lugares del norte de España más húmedos y frescos. Los cruceros y el Caribe siempre están ahí. Fuengirola tiene para mí otro atractivo muy importante: allí vive mi hijo Álvaro, con su mujer, María, y mi nieta, Sol. Así que estoy atada a esa ciudad con nudos más fuertes que los del simple veraneo, y la amo porque está unida a entrañables recuerdos familiares. Fuengirola no es un pueblo hermoso a la manera tradicional, pero cuenta con un pasado romano que ha dejado los restos arqueológicos de una factoría de salazones y un edificio termal. Y la prueba de su pasado califal es el castillo de Sohail.

Desde mi terraza, en Carvajal, la primera playa de Fuengirola viniendo de Benalmádena, se ve el faro de Calaburras --la Punta de Calaburras es un pequeño cabo rocoso-- que está en el término municipal de Mijas, entre Fuengirola y La Cala; es fácil localizarlo, especialmente de noche, por sus destellos intermitentes, que románticamente contemplo casi a diario. Fue el primer faro aéreo marítimo español y los barcos lo utilizaban --la moderna tecnología permite métodos más precisos-- para fijar su posición al dirigirse al Estrecho de Gibraltar. Precisamente se edificó para evitar los numerosos naufragios que se producían en esa zona. De hecho, en sus rocas hay marcas verticales que se achacan a las quillas de las embarcaciones, y existen restos submarinos de naves --y sus cargamentos-- que allí naufragaron. Como curiosidad, añado que la Punta de Calaburras es el único lugar de la costa europea donde conviven algas propias del Mediterráneo con algas que pertenecen al Atlántico.

Fuengirola tiene una población fija -disfruta los 18º de media anual y los 30º de máxima en verano, que en estos meses se incrementa exponencialmente con los veraneantes --no hay que remachar lo de la mayoría cordobesa-- que buscan refugio huyendo de los calores infernales y achicharrantes que en Córdoba no constituyen una ola como en otros sitios, sino que son una constante de sus veranos, cada vez más largos. Seguiremos hablando de todo esto.

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