Opinión | TRIBUNA ABIERTA

Apocalipsis virtuales

La magnificencia de las catástrofes les hace la publicidad por sí sola, aunque luego no ocurra nada

Los seres humanos somos permeables a las influencias del exterior. Esto lo saben bien las multinacionales, las casas de encuestas y, en general, todos los políticos. De ahí las batallas publicitarias y las campañas que se organizan. Está demostrado el poder de algunos eslóganes, la repetición, como gota china, de ciertas consignas y desde luego la asimilación por el subconsciente de todo tipo de mensajes. La mente humana es como una piedra que hay que taladrar. La finalidad es la capitulación, bien por cansancio o a causa de una agudeza superior.

De forma especial llaman la atención los avisos apocalípticos. La magnificencia de las catástrofes les hace la publicidad por sí sola, aunque luego no ocurra nada. Hay genuinos especialistas que se ganan la vida desmoralizando al prójimo, o convenciéndolo, de que se puede atravesar una pared como una flecha traspasa un flan. Hay agencias y expertos que venden apocalipsis casi por catálogo y hasta ofrecen los argumentos de regalo.

Las calamidades son. La cuestión es que crecen cuando entran en juego el marketing o los intereses. A fines del XIX se identificó en Italia el virus de la gripe aviar (H5N1), enfermedad infecciosa que afecta a las aves. En 1997 se detectó en humanos en Hong-Kong. En el 2006 se confirmó en España y en el 2022 aún tuvimos 37 focos, pero los rígidos controles sanitarios limitaron los daños. La crisis de las vacas locas, 1985, asoló el continente europeo. En España estalló en el 2000, cinco personas murieron y redujo a la mitad el consumo de carne de ternera. Se tomaron medidas y hoy -veinte años después- ya no existen casos. La crisis financiera del 2007-2008 iba a destruir el mundo, pero luego no fue así. Simplemente hubo que ahorrar. La extraordinaria alarma del ébola, en 2017, se saldó en España con el inevitable sacrificio de un perro y la curación de una auxiliar de enfermería. Daño sí, pero mínimo.

El covid-19 afectó a todo el mundo. La estupidez humana la hizo más grave de lo que era, creo. Unos ganaron votos, otros dinero y otros poder. La mayoría perdimos. Ciertamente fue una pandemia grave. Murieron millones de personas pero entre las vacunas, las mascarillas, el confinamiento, la encomiable actitud de los sanitarios, los avances médicos y el conjunto de medidas que se adoptaron, hoy es algo residual. Las predicciones catastrofistas del fin del mundo fallaron. Fue duro pero la humanidad volvió a superarse a sí misma.

Y es que las modalidades de las apocalipsis son infinitas. Hay gente que habla de microchips introducidos por medio de las vacunas. Todos los años esperamos que un asteroide se estrelle contra la Tierra, excusa perfecta para que chinos, rusos y americanos USA desarrollen increíbles misiles que lo destruirán antes del impacto. Desde luego, como en España votemos a «no sé quién», depende quién lo diga, el caos se apoderará de nosotros, nos destruirá y entraremos en un laberinto político-galáctico. Los ovnis, con sus ultrapoderes, son también argumento recurrente de hecatombes y holocaustos. La guerra de Ucrania -injusta, monstruosa y horrible- será el final de la Tierra si se usan armas nucleares. Por supuesto, virus maléficos desconocidos nos acechan. La IA, aparte del paro universal que va a generar por aliarse con las grandes empresas, nos puede hundir en la miseria o salvarnos de horrorosas desgracias, etc. Por otro lado, podemos estar tranquilos porque a nuestro Sol le quedan 5.000 millones de años y hoy es imposible crear un agujero negro que se trague a la Tierra. ¡Ni siquiera una civilización extraterrestre! Por amenazas que no quede. Siempre pensé que la apocalipsis era una y no una hidra de siete cabezas. Al parecer, estoy equivocado. Lo que si es cierto es que a más apocalipsis, menos soluciones para los problemas cotidianos.

Entiendo yo que el espíritu crítico y la razón deberían de ayudarnos a manejar todos estos fraudes de los que desconozco sus variopintos intereses. Lo apocalíptico tiene morbo y a mucha gente le interesa, bien como inductores o receptores. Si un fin del mundo deja de vender o de comer el coco, se inventan otro.

Por ahora, acepto el cambio climático, la pertinaz sequía y el daño que producen los incendios. Personalmente estoy harto de apocalipsis y de apocalípticos. Jamás escuché tantas tragedias juntas. Además, a más apocalipsis menos soluciones y menos se habla de los problemas cotidianos. ¿Cómo hemos logrado superar varias decenas de apocalipsis a lo largo de siglos? Sencillamente porque no lo eran. Solo eran sucedáneos.

* Profesor jubilado

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