Opinión | entre visillos

La chispa de la vida

José Luis Blasco crea con su ‘Vocaburlario’ un mundo de humor a través de la palabra

Acaba de salir un libro que destacará en las librerías por su originalidad. Un diccionario, por más señas subtitulado «Diccionario mental del español», que desgrana palabras de la ‘a’ a la ‘z’, como todo léxico que se precie, pero con la peculiaridad de ser criaturas híbridas. Son derivados de una alquimia diabólicamente ingeniosa que empareja términos desparejados con el propósito de arrancar una sonrisa, o puede que hasta una carcajada, a todo el que se preste al juego. Porque un juego muy serio, sesudamente elaborado durante más de tres años aunque en realidad no tiene fin -seguro que habrá ediciones aumentadas-, es el que propone el ‘Vocaburlario’, nacido para quitar lastre a la pesadez de la existencia. Y es que si la humanidad se tomara en serio el humor, que es vida, nos iría mucho mejor, sentenció con más razón que un santo en la presentación del libro su autor, el periodista José Luis Blasco. Bien lo sabe él, habituado a sortear situaciones incómodas tirando de bromas e ironía fina con pasmosa agilidad de prestidigitador, sin sospechar que la chispa con que vino al mundo allá por 1960 en Villanueva del Duque, y que desde entonces no ha hecho más que cultivar, iba a salvarle el pellejo.

Para Blasco pergeñar este catálogo de argucias lingüísticas ha supuesto la puerta de acceso a un universo paralelo (pero no para-lelos sino para gente que las coja al vuelo, advirtió en el acto su amigo Juan Luis Cano, otro mago junto a Guillermo Fesser, los Gomaespuma, de los divertimentos verbales). Estos cócteles burbujeantes de vocablos (‘sofisticanción’, de sofisticación / canción: «composición musical estilosa»; ‘escrotor’, de escritor / escroto: «el que escribe como le sale de los huevos, con una gran facilidad para expresarse», escojo al tuntún), estas agudezas gramaticales le han servido de tabla de salvación. Estaba tan tranquilo, porque Blasco suele ser un tipo flemático aunque luego los nervios le muerdan las tripas, cuando un tumor lo obligó a parar en seco y a cambiar la bulla de un periódico -éste en concreto, al que se ha entregado con meticulosidad y dotes organizativas desde 1984- por la espera angustiosa ante la enfermedad; y en semejante tesitura a este señor ya de frente muy despejada que se morirá de viejo siendo un chico travieso se le ocurrió entregarse al jugueteo semántico como estrategia vital. Así lo cuenta en la introducción de la obra -con ‘trílogo’ de Fesser, Cano y Santiago Alcanda y epílogo del escritor Alejandro López Andrada- su amigo desde el instituto en Hinojosa Francisco Antonio Carrasco, otro que tal baila.

Carrasco, jefe de sección de esta casa cuando Blasco la subdirigía, y autor por cierto de un magnífico volumen de relatos muy firmado en la reciente Feria, ‘Los ídolos de bronce’, comparte con el colega la pasión por el retruécano, como bien sabemos los testigos de sus desternillantes duelos de ocurrencias en la Redacción. Tan acostumbrados estaban a esos piques semánticos que un verano, de viaje con las respectivas familias, acordaron darles forma de libro y a ello se pusieron con entusiasmo. Pero Paco, absorbido por sus cuentos, renunció pronto al empeñó, no sin antes animar al otro a culminar un proyecto que habría de servirle como la mejor terapia. Y así, desterrando pensamientos negativos, le fueron naciendo a José Luis Blasco palabros como ‘calvario’, («sufrimiento intenso, continuo y prolongado que padece la persona que pierde el pelo de la cabeza»), su favorito por ser de los primeros. Y después surgieron hasta casi dos millares, aunque el ‘Vocaburlario’ recoge sólo 1.905 entradas, parte de las cuales se publicaron en estas páginas a modo de aperitivo de lo que vendría detrás. No dejen de conocerlas si ustedes también desean aparcar las penas.

Suscríbete para seguir leyendo