Opinión | IR DE PROPIO

La gran conquista

Un amigo que trabaja en una gran empresa me cuenta que los graduados nuevos que están contratando, que rondan los 30 años, ya no se quedan a hacer por sistema horas fuera de la jornada laboral, sin recibir nada a cambio. Van abriendo camino a cambiar algunas cosas, sobre todo el ser 100% profesional durante el tiempo que estipula tu contrato que tienes que serlo, ni más, ni menos, cuestionando esa ley no escrita de que lo bien visto es estirar tu jornada haciendo gala de tu productividad y compromiso.

Afortunadamente, las nuevas generaciones ya no quieren vivir para trabajar, sino trabajar para vivir. La gran renuncia, lo llaman. En la Universidad en la que trabajo están quedando vacantes puestos de alta responsabilidad a los que nadie concursa. ¿Por qué? Porque la gente quiere trabajos compatibles con la vida. Ahora podemos elegir. Nuestros padres se criaron en la cultura de esos trabajos maratonianos que los arrancaban de sus hogares.

Un día leí la entrevista a un chico en un periódico. Había solicitado una excedencia de 4 meses y simplemente había sido feliz haciendo cosas normales. Ordenando por fin su casa, comiendo pronto con sus padres cuando iba a visitarlos, paseando por la mañana por el parque, o poniendo lavadoras y tendiendo con sol, cocinando y en definitiva cuidando su salud mental. ¿Cuándo se complicaron tanto nuestras vidas como para que esto sea un lujo para mucha gente? Dersu Uzala, aquel alma libre que decía que en las ciudades vivíamos dentro de cajas, tendría otra concepción del tiempo.

Una de las cosas más demandadas ahora en las entrevistas de trabajo es la flexibilidad. Poder teletrabajar algún día, o adaptar el horario a las circunstancias sobrevenidas. Nos venden que hay que ser flexible, asertivo, pero muchas empresas siguen obedeciendo a estructuras rígidas y obsoletas que no perciben que un factor que mejora la productividad radica en tener trabajadores felices. El mito de la meritocracia se derrumba como un castillo de arena, el capitalismo como sistema sobre el que orbita el trabajocentrismo, o el culto a la productividad, ha provocado esta epidemia de la ansiedad, esas «expectativas de vida» que consisten en adquirir un hogar o construir el idilio de la familia nuclear mediante esa cultura del esfuerzo que se nos inyecta desde la adolescencia. El trabajo debería ser útil en tanto que nos sirva como elemento a partir del cual construir la vida que queremos. Quizás la llamada gran renuncia sea la gran conquista.

 ** Bibliotecaria y escritora

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