Opinión | Hoy

Esta mirada humana

«Soy un perro que regresa de salvar vidas en otro terremoto, mirad mi cuerpo manchado de escombros y cenizas»

Ya sé que soy un perro. Soy un perro que regresa de salvar vidas en otro terremoto. Ya sé que no tengo palabras para expresar mis sentimientos. Pero os aseguro que los tengo: alegría y tristeza, felicidad y dolor, paz y melancolía. A veces siento desde tan hondo, que casi intento hablar en un desesperado afán de convertir mis ladridos en gritos y mis lamentos en palabras. Sí, de sobra sé que soy la prolongación de mi dueño, este hombre que me salvó del abandono y me enseñó el sentido de la vida. Ahora, aquí tenéis mi mirada. Miradme a los ojos. No miréis que soy un perro y no sé hablar; mirad mi cuerpo embarrado, manchado de escombros y cenizas. Mirad este temblor en las patas hasta la extenuación. Os podéis hacer a la idea de lo que supone salvar una vida. Sois humanos; debéis de saberlo. Salvar una vida es salvar todas las vidas. No importa quién sea ni dónde sea. Cada vida es la plasmación de la vida, lo mismo da una florecilla perdida entre unas piedras, allá en una montaña donde nadie nunca va a pasar, que una niña que jamás volveré a ver. Todo es vida, todo. Esto es lo que mi dueño me enseña cada día; por eso me salvó del abandono y de la muerte a donde me habían destinado. La vida es la brújula del mundo, es la luz. Todo lo que favorece la vida, el crecimiento y el desarrollo es bueno; todo lo que entorpece la vida o la mata es malo. Ya está. Mi dueño y yo nos movemos por este sentimiento. Por eso somos compañeros en el mismo camino. Algún día nos tendremos que separar, pero nunca moriremos, porque vivimos para dar la vida a otros. Éste es el espíritu por el que se mueve el mundo. Ésta es el alma que nos hace humanos. Por eso yo también soy humano. Y si no, miradme a los ojos, tan sólo a los ojos. Si sois humanos, veréis en ellos vuestra bondad, vuestra ternura, vuestro amor a los demás, y así daréis vuestra vida porque sois libres para poseerla y para darla. Ahora hemos regresado de otro infierno. Estamos agotados. Dormimos. Yo no puedo recordar, pero sé que mi dueño recuerda por él y por mí; sé que pasan por su corazón escenas y escenas, rostros, niños, lamentos, devastación. Mi instinto de la vida me lo dice, y así mi dueño y yo nos apoyamos y nos damos paz. Así, hasta donar la vida entera. Para eso otros nos dieron la suya.

*Escritor

Suscríbete para seguir leyendo