Opinión | PARA TI, PARA MÍ

Cristianismo de «sal y luz» para el mundo de hoy

La experiencia indica que basta la lucecita trémula de un candil para que los ojos vean y se puedan hacer actividades por la noche

La liturgia de la Iglesia nos ofrece hoy la celebración del quinto domingo del Tiempo Ordinario, con un evangelio en el que Jesús invita a sus seguidores a ser como «una pizca de sal y un poquito de luz» para que todo sea mejor a nuestro alrededor. En un paraje árido como el de Galilea, el caminante disponía de una bolsita de sal en el morral, con la que combatir la deshidratación; y lo mismo el pastor, para alimentar el ganado. Por otra parte, en aquel entonces, sin un candil de aceite, ¿qué se podría hacer de noche cuando las tinieblas lo inundaran todo? La experiencia indica que basta la lucecita trémula de un candil para que los ojos vean, y se puedan llevar a cabo, también de noche, las actividades necesarias. Jesús utiliza dos imágenes tomadas de la vida cotidiana para expresar así la vocación al discipulado: la sal y la luz. Ambos elementos tienen en común una propiedad: su función se realiza con más plenitud en la medida que desaparecen. La sal sólo se hace notar en la comida cuando sobra o falta. En una habitación bien iluminada nos fijamos en los objetos, pero no en la luz. Esencialmente, esa es la manera de estar en el mundo, propia de quienes siguen a Jesús: condimentar la vida cotidiana con la sal del Evangelio y alumbrar las relaciones humanas y sociales con los valores del Reino de Dios. Ser sal y luz, sin embargo, nada tiene que ver con acaparar todos los focos y acumular ‘likes’. El criterio de verificación pasa más bien por la capacidad de desterrar los gestos amenazadores y compartir el pan y la vida con quienes menos tienen. Esta página evangélica me recuerda una simpática leyenda africana: «Un niño se encontró con un ciego que llevaba a su espalda un haz de leña y una antorcha encendida en su mano». «¿Para qué llevas la antorcha, si estás ciego», preguntó el niño, «no te sirve de nada si no puedes ver». El ciego le respondió: «Al contrario, me sirve de mucho. Llevo esa antorcha para que los hombres distraídos me vean y no tropiecen conmigo». Preciosa anécdota que podemos aplicar a la bellísima metáfora de Jesús. ¿Qué significan hoy, la sal y la luz, en la nueva revolución antropológica en que nos encontramos, con los trans-humanismos, los pos-humanismos y los anti-humanismos? Primero, que conservemos la señas de identidad de nuestro cristianismo, en un mundo que todo lo emborrona y desdibuja. Un pensador católico, Bernanos, escribió: «Cristo nos pidió que fuésemos la sal de la tierra, no el azúcar, ni la sacarina. Y no digáis que la sal escuece. Lo sé. Lo mismo que sé que el día que no escozamos al mundo y empecemos a caerle simpáticos será porque hemos empezado a dejar de ser cristianos». Segundo, que reflejemos nuestro cristianismo en el mundo con acciones clarividentes, bien desde las altas esferas o desde los escenarios más sencillos. Tercero, iluminar con nuestras vidas las conciencias libres, los corazones nobles, los senderos de la tierra. Somos luz y tenemos que ejercer como luz. Si no, sentiremos el escalofrío de aquella pregunta que formuló otro pensador católico, Paul Claudel, cuando decía a los cristianos: «Y vosotros, los que veis, ¿qué habéis hecho de la luz?». Blas de Otero nos dejó unos versos, en los que presentía la presencia de Dios, y en los que podemos vislumbrar la metáfora de la sal, que escuece y cura: «Todo el amor divino, como el amor humano,/ me tiembla en el costado, seguro como flecha./ La flecha vino pura, dulcísima y derecha:/ el blanco estaba abierto, redondo y muy cercano./ Al presentir el golpe de Dios, llevé la mano,/ con gesto doloroso, hacia la abierta brecha./ Mas nunca, aunque doliéndome, la tierra le desecha/ al sembrado, la herida donde cerrar el grano./ Oh sembrador del ansia, oh sembrador de anhelo,/ que nos duele y es dulce, que adolece y nos cura». El papa Francisco, comentando este evangelio, afirma que «la misión de los cristianos en la sociedad es dar ‘sabor’ a la vida con la fe y el amor que Cristo nos ha dado. La sal es sal cuando se da. Darse, dar sabor a la vida de los demás. La sal no es para el cristiano. El cristiano debe regalarla». ¡Que bellos horizontes ante tantas crueldades, engaños y fracasos!

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