Opinión | HOY

Mi soledad

Ya ni sé quién ha puesto a mi maltratador en libertad. ¡Tantos días y tantas noches luchando, y acabar en esto! Yo no entiendo de leyes ni de legisladores. Yo no entiendo de políticas ni de periódicos. Yo no entiendo de discursos. Yo sólo entiendo de que estoy sola con mi soledad. Y una y otra vez, una y otra vez, con tozudez de angustia, me pregunto: ¿Y ahora qué? ¿Qué hago yo ahora con mi vida y con mis años si luché creyendo que tenía una nueva oportunidad de vivir? Ahora he de luchar para que no se me hunda la esperanza y yo con ella; la esperanza que me decían que no perdiese, la esperanza en leyes, legisladores, policías y cárceles. Y yo no puedo vivir sin esperanza. Pero ¡esta soledad tan sola!, ¡esta soledad tan mía! El suplicio vuelve a su primer momento. Yo sí que he sido encarcelada para no salir nunca más. Tras la ventana, escondida tras los visillos, veo a la gente. Porque no me atrevo a salir a la calle. Tengo treinta años. Años para ver la mentira de quien decía quererme. Años de psicólogos hasta convencerme de que yo no era culpable, de que yo no me merecía ningún maltrato. Años para atreverme a denunciar. Años para creer que tenía apoyo. Años y sus noches para borrar los recuerdos: aquella primera guantada, aquel zumbar de oídos, aquella primera amenaza de que iba a matarme. Ahora tengo muchos teléfonos a los que poder llamar, pero estoy sola. Los demás me hablan por todas partes, en las tertulias, en las noticias, en los programas electorales, pero estoy sola. Tengo miedo. Tengo mucho miedo. Es mi miedo, el miedo que no conoce nadie, el mío, con el que me despedí de mi adolescencia, con el que entré en la vida. No conozco otra vida. Visto miedo, como miedo, leo miedo, hablo miedo, duermo miedo. Nadie está en cada madrugada. Nadie está en esta angustia de no tener escapatoria, de no tener refugio. Viene a por mí. Lo sé. Me lo dice este cuchillo en las entrañas. Siento cómo entra de una vez. Siento cómo sangro. Siento cómo se me va la vida y no tengo otra. Por favor, ¿no escucháis mi soledad?, ¿no hay nadie que se calle para escuchar mi soledad? Todos habláis, habláis, pero habláis al aire del vacío de una cámara, de un micrófono, al aire de un estrado. Callaos, por favor; callaos a ver si así escucháis el grito de mi soledad.

 ** Escritor

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