Opinión | Caligrafía

Correr (II)

Tenemos nuestros circuitos de referencia, pero el cansancio nace antes en la cabeza que en las piernas y hay que ahogar el aburrimiento. Con los años le he ido cogiendo ojeriza al asfalto, aunque es mi superficie favorita (mis rodillas tienen otra opinión y me dicen que prefieren un romance apasionado con un martillo). Hay pocos puntos de Córdoba desde los que no se pueda llegar al campo si se enganchan cinco kilómetros y eso me ha resultado siempre muy liberador («estoy en la ciudad porque yo quiero»). En Navidad pasé junto al sendero próximo a las ermitas que llaman de las víboras, y tuve ganas de tirarme por allí, aunque no estoy todavía para dificultades. La sabiduría subyacente que no estoy transmitiendo bien es que importa más ser capaz de volver del sitio que poder llegar al sitio, siendo esto válido para no pocos entuertos en la vida. Lo hice, y ahora, ¿qué?

Una vez empecé a correr con idea de trotar diez kilómetros como mucho, cinco y volver, por el paseo marítimo de Fuengirola. Me aburrí y cambié de dirección, rumbo a Benalmádena. La temperatura era perfecta y estaba entretenido con el paisaje, así que cuando llegué a Benalmádena seguí unos kilómetros más, y decidí llegar a Torremolinos. Excelente idea, pero luego tuve que volver. Me he visto en esas situaciones más de una vez, como todos los corredores de larga distancia: demasiado lejos de casa como para no seguir corriendo aunque no puedas (pero puedes). También como en la vida, ayuda triunfar cuesta arriba y regresar cuesta abajo, caso de tener que hacerlo. De Torremolinos se vuelve a Fuengirola con una pendiente a favor. Audentis Fortuna iuvat.

Caigo escribiendo lo anterior en que hay un tipo engañoso de carreras, cuya primera mitad es más fácil, por el trazado, que la segunda. La media maratón de Córdoba es así: todo son risas y 10 km en 38’ hasta Carlos III y el puente, con el eco de cientos de pasos sincronizados, plop-plop-plop; y luego la ciudad te está esperando para hacerte polvo cuesta arriba, por listo. A dos kilómetros de la meta, con todo ya hecho, un año me dijo un corredor viejo (son tremendos, otra columna irá para ellos): «Aquí se ve quién ha entrenado». Y efectivamente, los que iban en ritmo iban tan felices, y los que iban por encima de su ritmo estaban comiendo arena de calidad.

Otra muy engañosa era la media maratón de Lucena en su trazado original. Empezaba en el estadio, seguía llana, bajaba por el caso histórico con todo a favor y cuando te tenía donde quería te ponía a subir cuestas durante kilómetros, te pasaba por delante de un McDonald’s para provocarte, te regalaba un tramo de vía verde (era espectacular esa carrera, la verdad) y antes de llegar te hacía subir casi en vertical, ya con veinte kilómetros terroríficos en el cuerpo. Otro corredor viejo, al que estaba pasando (la sabiduría suele llegarte del que dejas atrás, por eso hay que ser humilde), me dijo: «Lo importante en las cuestas es pisar con el pie entero y no hacerlas de puntillas». Vaya perla

*Abogado

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