Opinión | COLABORACIÓN

Tiempo de silencio

Hoy por hoy es muy difícil permanecer callado. Crisis, pandemia, guerras, paro, terrorismo, política, fútbol, todo nos hace hablar. Ahora que tanto se habla del cuidado personal y emocional del ser humano después del huracán pandémico, es urgente volver al silencio. Promover un silencio sanador, un silencio cotidiano que ayude a digerir los telediarios de ‘prime time’, un silencio que sane tantas ansiedades, una ausencia de sonidos que libere de la desgarradora tenaza del estrés.

El silencio es el marco del cuadro, lo que separa el arte del resto; en música, lo que distingue la música de la vorágine previa. El silencio es la puerta de entrada a una esfera divina, un espacio etéreo en el que solo se oyen los latidos de tu corazón. Hay silencios que te zarandean, silencios que te hacen llorar, silencios metálicos de fanfarria emocional, silencios que interpelan, silencios que te sacan de tus casillas, silencios atronadores... Otros, incluso más elocuentes que cien tratados de Filosofía. Tenemos tanta saturación sonora que no podemos ya pensar. Ahora que hay necesidad de una ecología de todo, ¿dónde están los ecologistas del silencio?

El pasillo caluroso de un tanatorio, el momento antes de comenzar un concierto o un instante posando para una foto son momentos de mutismo pactados, convencionales, artificiales. No es lícito hablar siempre, la palabra tiene una responsabilidad pedagógica; debe educar y si no, mejor no pronunciarla.

Quizá algún día ‘La ley del silencio’ no sea solo un título inmortal de Marlon Brando y se convierta en un decreto ley de obligado cumplimiento. Tal vez ese día callemos para escuchar y escucharnos.

Los que a diario visitamos el biotopo clase, lo digo por la diversidad, sabemos de lo que hablamos. Es urgente practicar la economía de la palabra, que el momento de pronunciarla sea un gesto reverencial para la humanidad, un acto de honor que cuidemos al máximo. ¿Hay tanto que decir o es realmente miedo al silencio? Es una especie de ‘horror vacui’ barroco en cada momento vital que nos obliga a llenarlo todo de sones variopintos. Un miedo a escuchar lo que no quieres, un miedo a que la mente te susurre sus miedos. Tal vez la muerte del silencio llegó con el nacimiento del mundo virtual e interconectado, o tal vez ya había llegado con la industrialización y la consiguiente deshumanización del ser.

«Me da pereza», escuchamos a menudo de boca de niños y adolescentes: una metástasis que parece difícil de curar. Una pereza que les hace renegar de la reflexión y la palabra certera en aras de un letargo vital. Generar momentos de silencio, espacios silentes, ausencias de palabras, mudas reflexiones, quizá esté allí la clave.

«¡Silencio, silencio he dicho! ¡Silencio!», así terminaba el drama lorquiano ‘La casa de Bernarda Alba’. No queremos un silencio de luto sino de gritos de rebelión ante tanto ruido vacío. Necesitamos un silencio de sentido, de acción, de protesta. Prueba, escúchate... Silencio, por favor.

* Profesor del Colegio Trinitarios

Suscríbete para seguir leyendo