Opinión | foro romano

El himno de los equipos

La pieza musical marroquí, que inspira paz y armonía, fue escrita por el poeta Ali Squalli Houssaini

Los jugadores de Marruecos justo cuando suena el himno nacional de su país, este sábado, en el partido ante Croacia.

Los jugadores de Marruecos justo cuando suena el himno nacional de su país, este sábado, en el partido ante Croacia. / Noushad Thekkayil / Efe

Ves los graderíos cubiertos de rojo y el estadio Al Bayt convertido en una sola voz con la misma alma. Y lo que suena no es La Marsellesa, el himno francés lleno de entusiasmo guerrillero, sino el de Marruecos, que inspira paz y armonía. Escrito por el poeta Ali Squalli Houssaini, el himno marroquí llamado Jerifiano, como suele pasar con la gran mayoría de los himnos, es una pieza musical derivada de un poema lírico. Dicha letra surge, dicen, por iniciativa del rey Hassan II, quien supuestamente la habría corregido.

Así, la letra y la música se fijaron oficialmente durante el reinado de su hijo, Mohammed VI, en 2005. Curiosamente dice así: “Cuna de hombres libres, fuente de luz, tierra de soberanía y tierra de paz que la soberanía y la paz se unan allí para siempre. Has vivido entre las naciones como un título sublime llenando cada corazón. Declamado por cada lengua por su alma, por su cuerpo tu rosa campeona. Y respondí a tu llamada. Y en mi boca, y en mi sangre tu amor sacudió luz y ascuas. Hermanos míos, vamos a lo más alto. Proclamaremos al mundo que aquí es donde vivimos con el estandarte de Dios, la Patria, el Rey".

El oscurantismo político marroquí sólo coincide con el de las justas democracias en que en el fútbol mantienen su futuro y sus mayores alegrías. Y en su inevitable destino viajero para ganarse la vida. Los marroquíes son ahora una auténtica selección de buen fútbol porque sus componentes se han criado y quizá también han nacido en la inmigración, esa forma de estar en el mundo en que vives en una nación que no habla tu idioma, a veces te aborrece y en muchas ocasiones ni te da tus papeles. Quizá por eso te entretienes con el fútbol por las tardes. Como si existiera la nacionalidad de emigrante. Los españoles lo aprendimos en su dureza cuando Alemania, Bélgica, Francia y Suiza eran las naciones que nos daban trabajo para poder mantener las familias en España. Y ahora, en un acontecimiento mundial como es el de Qatar vemos en los graderíos de los estadios que son los migrantes-emigrantes-inmigrantes quienes se sientan en ellos y quienes en realidad mantienen el mundo en que vivimos.

Me acuerdo de aquellos veranos en que había una zona para descansar y sacar los billetes a Marruecos en los primeros pueblos de la Campiña cordobesa. El mundo, en contra de lo que piensan quienes cierran sus puertas a los emigrantes, lo han hecho viajeros, como Cristóbal Colón o conquistadores de oficio, como los extremeños, que, de paso, descubrieron otra geografía con nuevos mapas. El pasado miércoles los graderíos del estadio Al-Bayt de Qatar eran rojos como la sangre de esos marroquíes vecinos a los que llamamos paisas. Y no había dirigente marroquí alguno contemplando el partido, como sí lo hizo el rey Felipe VI cuando jugó España contra Puerto Rico, y el presidente de la República francesa, Emmanuel Macron, que suponemos cantaría La Marsellesa ese día en que no coló gol alguno Mbappe pero cuyo equipo se levantó al entonar su aguerrido contenido: “Vamos, hijos de la patria. ¡El día de gloria ha llegado! Contra nosotros la tiranía levanta el estandarte sangriento. ¿Oyes en el campo?”. Quizá lo más cierto de este Mundial de Qatar es que lo ha protagonizado el pueblo, que ha llenado el césped y el graderío de los estadios. El poder oscuro se ha mantenido en sus trincheras. El del fútbol lo veremos esta tarde cuando Argentina le entregue su alma a Messi y Francia levante el ánimo de sus jugadores, sobre todo el de Mbappe, después de oír “¡Allons enfants de la Patrie, le jour de gloire est arrivé!”.

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