Opinión | Tormenta de verano

Derechos humanos, derechos de todos

Escasos actos se realizarán para conmemorar el 74º aniversario de la Declaración de París

Estamos hoy en la antesala de la conmemoración del 74 aniversario de la aprobación en París de la Declaración Universal de Derechos Humanos, que este año nos propone como lema ‘Dignidad, libertad y justicia para todos’. Día de reflexión sobre lo caminado y conseguido, y de reivindicación sobre todo lo pendiente, que no es poco, en un mundo que presenta graves problemas de sostenibilidad y desigualdad social. Camuflado entre fútbol y puentes, escasos actos se realizarán para conmemorar el que es el día de todos los días, la jornada de todos los derechos y reivindicaciones. De un texto, cuyo articulado de 30 normas deberíamos conocer ampliamente, puesto que, como recoge el artículo 10 de nuestra propia Constitución, nuestros derechos fundamentales y libertades públicas se interpretan de conformidad con esta Declaración Universal.

Pienso, muchas veces, que no somos realmente conscientes de la importancia y calado que tuvo aquella sesión plenaria en el Palacio Chaillot, donde la dos alas del edificio con sus elegantes columnatas dispuestas en forma de curvatura parecían querer abrazar el mundo. Desde la colina del Trocadero, donde apenas unos años antes Hitler había contemplado la ciudad, 56 de los 58 Estados miembros de las Naciones Unidas pasaron a votar nominalmente una declaración que se aprobó con 48 votos y 8 abstenciones. Por primera vez en la historia de la humanidad, una comunidad organizada de naciones elaboró una declaración de derechos y libertades fundamentales para todos los seres humanos. Millones de hombres y mujeres, ancianos y niños, los excluidos de todos los rincones del mundo, desde entonces buscan en ella la ayuda, la guía y la inspiración para luchar por una sociedad de dignidad, libertad y justicia para todos.

Aquel fue un parto bastante difícil, no exento de sangre. El mundo venía de enterrar a 60 millones de personas víctimas de las dos grandes guerras mundiales y estaba a las puertas de la tercera guerra mundial: Rusia ocupaba militarmente los países del Este europeo en el comienzo de la guerra fría; Berlín era una ciudad sitiada y bloqueada que sobrevivía con un gigantesco puente aéreo; China permanecía en una atroz guerra civil entre nacionalistas y comunistas; Israel acaba de crearse como Estado unos meses atrás provocando una cruenta lucha con los palestinos que se negaban a la división del territorio; las víctimas de las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki aumentaban por días y cientos; Indochina vivía otra guerra que desestabilizaba Asia; y Europa era una escombrera derruida y colapsada, sin derechos sociales ni económicos, donde la emigración hacia América era la principal salida. Un mundo roto, en el que la Declaración Universal de Derechos Humanos constituyó acaso la única esperanza de todos aquellos que aún creen en la posibilidad de vivir en una Tierra en la que el respeto, la tolerancia y la comprensión puedan regir las relaciones entre los seres humanos.

Cuando vemos hoy tantas amenazas que se ciernen sobre el horizonte, a pesar de todas las lagunas y fallos de la Declaración, que los tiene, miremos por el retrovisor de la historia, esa cuya memoria queremos preservar, y recordemos las palabras que aún resuenan de aquella sesión solemne de la tercera Asamblea General de Naciones Unidas en la noche del 10 de diciembre: «Considerando que la libertad, la justicia y la paz en el mundo tienen por base el reconocimiento de la dignidad intrínseca y de los derechos iguales e inalienables de todos los miembros de la familia humana; que el desconocimiento y menosprecio de los derechos humanos han originado actos de barbarie ultrajantes para la conciencia de la Humanidad, proclamando el advenimiento de un mundo en que los seres humanos liberados del temor y la miseria disfruten de la libertad de palabra y creencias, reafirmando la fe en los derechos fundamentales, en la dignidad y valor de la persona y la igualdad de derechos, resueltos a promover el progreso social y elevar el nivel de vida...». Mientras París dormía, en alguna parte del mundo, el sol sale siempre de nuevo.

Suscríbete para seguir leyendo