Alarmado por los datos que arroja el último Informe del Instituto Nacional de Toxicología y Ciencias Forenses, el Ministerio de Justicia anuncia que pondrá en marcha un «Protocolo de Actuación ante sospecha de Sumisión Química», a fin de incrementar la sensibilidad en el diagnóstico de estos episodios hasta ahora poco conocidos y dar una respuesta médico-legal que garantice los derechos de las víctimas, y es que el aumento de delitos contra la libertad sexual cometidos bajo los efectos de la sumisión química ha sido exponencial en los últimos años, de forma que según este Informe, en uno de cada cuatro casos analizados la mujer se encontraba en estado de inconsciencia, o semiinconsciencia, de manera que, privada de sentido, el agresor aprovecha su incapacidad para consentir y oponerse para cometer el delito.

Los efectos del alcohol en combinación con otras sustancias tóxicas, ya sean drogas o fármacos, tienen un efecto casi inmediato. La víctima no solo pierde la noción del espacio y del tiempo, sino que habitualmente no recuerda nada o casi nada y despierta al cabo de horas en algún lugar desconocido y en circunstancias inexplicables, al menos en ese primer momento.

La vergüenza, el sentido de culpabilidad y la ausencia de recuerdos es la combinación para este crimen perfecto, el que difícilmente se denuncia, el que permanece impune.

Los datos de este informe, básicamente coinciden con el micro estudio que he realizado de algunos casos que actualmente están en trámite con la única pretensión de comprobar personalmente algunas de las circunstancias que concurren y sacar algunas conclusiones.

Todos tienen en común la falta de pruebas: la víctima solo habla de sospechas y su testimonio no nos puede aportar nada más que algunos datos circunstanciales, como el momento en que perdió la consciencia y la memoria y tras ese lapsus contamos con el lugar y las circunstancias en que se encontraba cuando la recobró, el estado físico y/o anímico, la sospecha -demoledora- de lo que ha podido ocurrir, y de quién ha cometido el hecho. En ocasiones son los amigos los que arrojan algo de luz y tras un rastreo más profundo, puede que nos encontremos con alguna conversación por wasap o instagram, entre el agresor y la víctima o incluso entre el agresor y una tercera persona.

Tras presentar la denuncia, la chica (entre 20 y 30 años de media) se somete a un análisis de sangre, orina y cabello, pero en algunas ocasiones ya es demasiado tarde, de ahí la importancia de acudir inmediatamente al hospital para la toma de muestras y la presentación de la denuncia.

Mi pequeño estudio arroja algunos datos sorprendentes, en primer lugar las sustancias encontradas no son nada sofisticadas, nada de burundanga ni tóxicos difíciles de pronunciar, fármacos corrientes del tipo de los ansiolíticos o antidepresivos, al alcance de cualquiera, que en combinación con el alcohol de alta graduación hacen estragos.

Por otra parte el agresor no es un desconocido para la víctima, en absoluto, normalmente es un chico del círculo de sus amistades, un estudiante, un compañero de trabajo, un amigo de toda la vida, que ha bebido con la chica, que la ha observado y que solo le ha preguntado cada cierto tiempo: ¿otra copa?, y una vez saboteada la bebida solo ha esperado, se ha ofrecido amablemente a ayudarla, a acompañarla a casa o a alguna habitación, a acostarla en la cama de algún amigo, y tras constatar su estado ha cometido el delito.

Ha convertido a la chica en una cosa, en un objeto para su placer, sin importarle si consentía o no, porque evidentemente a esa altura, ya la víctima no tiene ninguna capacidad para decidir, o lo que es lo mismo, para oponerse.

Entramos a trompicones en las fiestas navideñas y a pesar del covid 19 y la lluvia, nuestros jóvenes estarán de fiesta. Quizás ahora vuelva a tener sentido aquello que decían nuestras abuelas: No bebas de una copa ya servida y no la pierdas de vista. ¿Otra copa? No, gracias.

** Abogada