Hoy estoy triste. Empiezan a llegarme noticias de despidos. Empresas que hacen sus cálculos y van a estar varios meses sin vender. Gente joven a la calle. Y gente vieja a la calle. Puede que esto solo dure unos meses, pero el fantasma de la recesión está aquí, y se propone hacer más daño que el coronavirus, en nombre del pánico. Otra limpia, diría yo. Ojalá me equivoque. Quisiera ser útil a la humanidad, así que esta noche, si no termino muy tarde, me propongo salir a algún bar. Estar a un metro de la gente. No hablo de toserle a nadie encima, ni de que me tosan, pero... ¿Qué tal una cervecita con aceitunas? Eso sí, los amigos nos vamos a saludar con los codos, que queda muy gracioso y no molesta a nadie.

Llamo por teléfono a P. Es anciana y está muy sola. Las escasas visitas que recibía ya no llegan. Le da miedo salir. Es por el coronavirus, me dice con resignación. ¡Pues que te llamen por teléfono! ¿O es que el virus se cuela por el 4G? Dense prisa en instalar a las abuelas y abuelos el Skype, o un wasap que utilicen fácilmente. Hay que dar vida. Cuando cuidaban de los nietos sí valían, ¿verdad? Pues cuando el tiempo avanza y hay que cuidarlos a ellos no hay que echar el paso atrás. Y más teniendo en cuenta que, si sobrevivimos al coronavirus (y a la epidemia de zombies que vendrá después) vamos a ser una sociedad de viejos decrépitos.

Estoy triste, les decía, por lo de los ancianos. Son los que más riesgo corren. Y ahora, lo que faltaba en las residencias de mayores, que no pudieran entrar visitas. Con lo que las ansían. Y en los hospitales... ¿quién cuidará de los enfermos? Porque he escuchado a la portavoz del coronavirus en Andalucía, Inmaculada Salcedo, decir eso de que los hospitales no son “centros de ocio” y debemos ser responsables con las visitas a los enfermos. Es decir, no ir por gusto al hospital, para no extender la infección. Estoy de acuerdo, pero con matices. No digo que no sea cierto, y que en algunas habitaciones los sábados por la tarde hay tanta gente que hasta se hacen negocios, pero supongo que eso no tiene nada que ver con los familiares que día tras día y noche tras noche cuidan a los enfermos, incómodamente sentados en sillones, para asegurarse, sí, asegurarse, de que si en mitad del día o de la noche se ponen peor haya alguien que les atienda. Alguien que dé la voz de alarma. Sí. Díganme si puede la sanidad pública (y privada, no disimulemos) española, con la consabida escasez de personal -y con algunas cómodas costumbres adoptadas por una parte del mismo- garantizar que un enfermo solo va a estar perfectamente atendido… Ojalá. Por eso las normas disponen "un acompañante por enfermo". Claro.

Siento pena por esas personas que estarán todavía más solas. Y cruzo los dedos para que esto de la magnífica sanidad española no sea como aquél magnífico sistema bancario que defendía Rodríguez Zapatero mientras se iba hundiendo la banca mundial. Luego nos tocó a nosotros y resulta que las cajas de ahorros y los bancos no eran tan seguros. Supongo que todavía habrá quien lo recuerde.

Pues voy para la Torrecilla, y, la verdad, el tráfico parece más intenso que días atrás. ¿No estaréis huyendo? Ya está bien por hoy. Hasta mañana.