Opinión | Para ti, para mí
Newman, modelo para tiempos difíciles
El cardenal Newman, junto a otros cuatro beatos, será hoy canonizado por el Papa Francisco. El milagro que lo ha hecho posible ha sido la curación inexplicable de Melissa Villalobos, una mujer de Chicago cuya vida y la de su quinto hijo, aún no nacido, se encontraban en grave riesgo por un desprendimiento de placenta en la octava semana de embarazo. El cardenal Newman nació en Londres, en febrero de 1801 y murió en Edgbaston (Inglaterra), el 11 de aosto de 1890. Fundó el Oratorio de san Felipe Neri en la ciudad inglesa de Birmingham, en 1848 y fue rector de la Universidad Católica de Dublín. Newman fue beatificado en el Reino Unido por Benedicto XVI, el 19 de septiembre de 2010, fijando su festividad para el 9 de octubre, fecha de su conversión. El pasionista italiano Domenico Barberi, incansable misionero en Inglaterra y Bélgica, relata el momento de la conversión de Newman, cuando fue a visitarle. El religioso viajó durante horas bajo la lluvia en un carruaje, y recorrió los últimos cinco kilómetros a pie. Cuál no sería su sorpresa cuando a su llegada, mientras intentaba secarse y entrar en calor junto al fuego, Newman entró en la estancia y, sin mediar palabra, se arrodilló y le pidió que lo recibiera «en el verdadero rebaño del Redentor». «¡Qué espectáculo ver a Newman a mis pies!», escribió el pasionista, días después. El propio converso vivió ese momento como entrar en puerto seguro «después de navegar un mar en tormenta». Después de su conversión y de pasar un año en Roma, durante el cual se ordenó sacerdote, Newman volvió a Inglaterra como miembro del Oratorio de san Felipe Neri. Hoy, su silueta recortada en la luminosidad de los altares, brilla por su conversión, pero sobre todo, porque el cardenal Newman se enfrentó a tiempos y circunstancias difíciles. Decía Chesterton que «cada época es salvada por un puñado de hombres y mujeres que tienen el coraje de ser inactuales». Newman lo fue. Quizá lo «inactual» sea esperar en medio de un mundo donde tantas cosas van mal y nos desaniman a creer y esperar. Nos salvamos cuando somos capaces de esperar mínimamente y de amar generosamente. En una hermosa plegaria, el nuevo santo Newman nos habla de la «fragancia de Dios», que evoco en el día de su canonización. Dice así: «Jesús mío: Ayúdame a esparcir tu fragancia dondequiera que vaya; inunda mi alma con tu espíritu y tu vida; penetra todo mi ser y toma de él posesión, de tal manera que mi vida no sea en adelante sino una irradiación de la tuya. Quédate en mi corazón en una unión tan íntima que las almas que tengan contacto con la mía puedan sentir en mi tu presencia; y que al mirarme, olviden que yo existo y no piensen sino en Ti. Déjame predicar tu nombre sin palabras... Con mi ejemplo, con mi fuerza de atracción, con la sobrenatural influencia de mis obras, con la fuerza evidente del amor que mi corazón siente por Ti». ¡Qué bello anhelo el de «predicar a Dios sin palabras», como pide Newman en su oración! Sugiere para todos nosotros, la fuerza del testimonio, el poder de las obras, la coherencia de una fe abierta a todos los horizontes de la tierra.
* Sacerdote y periodista
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