A estas alturas llevamos ya casi siete meses de peloteo político, que otros llaman negociaciones, que si por algo vienen caracterizados es por la ausencia de gobierno, aunque al comprobar que no por ello se hunde el país, habría que deducir que el gobierno es una función casi prescindible.

En política hay que fijarse en los programas e idearios. Pero no menos importante es saber si, quienes defienden esos programas, son capaces de llevarlos a cabo de un modo satisfactorio, esto es, si saben gobernar.

Gobernar no es fácil, hay que aprender. Y además es un aprendizaje no solo intelectual, como quien aprende los ríos de China, sino que supone comprometer el propio comportamiento y los propios hábitos, e incluso educar el carácter. Y lo que es más difícil, ejercitar la prudencia en el modo de actuar.

Evidentemente, todo esto es muy difícil y en absoluto se improvisa. Es más, en buena lógica, se requieren años de práctica en responsabilidades menos graves, para llegar a saber gobernar en una organización de cierto volumen.

Todo esto puede parecer razonable. Sin embargo, asistimos al espectáculo de una serie de políticos que no solo por falta de práctica, sino porque con su comportamiento así lo demuestran, no tienen ni puta idea de gobernar, hasta el punto de que si llegaran a ello, probablemente se derivaría un grave daño a la cosa pública y a los ciudadanos en particular. Me refiero a tipos como Albert Rivera o Pedro Sánchez, protagonistas en los últimos meses de intrigas absurdas que no condujeron a ninguna parte en las que quedaron patentes sus nulas aptitudes de gobierno. De Pablo Iglesias no digo lo mismo, no porque no sepa gobernar que también demuestra no saber sino porque sus ideas absolutamente antidemocráticas hacen de él un peligro todavía mayor que los dos pollos sin cabeza anteriormente mencionados.

En el medio año largo transcurrido se ha hablado mucho de alianzas, pero poco de contenidos, y menos aún de los modos de gobernar, que no deberían ocultarse a los ciudadanos. Las cinco ideas que apunto a continuación suponen un mínimo que debería saber todo aquel que accediera a algún tipo de gobierno, llámese empresa, agrupación profesional o gobierno de la nación

La primera es la rectitud de intención, no perder nunca de vista que quien gobierna es un servidor de los demás, y que el gobierno es entrega a los demás, nunca egoísmo, ni para lucrarse ni para el propio brillo personal.

La segunda es el sentido de responsabilidad, que significa aceptar la posibilidad de responder económica o penalmente de los propios actos de gobierno y de pechar con las consecuencias de esos actos.

La tercera es el amor a la libertad propia y ajena, lo que lleva indefectiblemente a saber escuchar y a ejercitarse en la escucha. En definitiva, aceptar a los demás como son.

La cuarta es, cuando se forma parte de un órgano de gobierno colegiado, la de tener la suficiente humildad para estar abierto a las opiniones de los demás y secundarlas; o en caso contrario, dimitir, si en conciencia se entiende que no se pueden secundar.

La quinta es admitir las equivocaciones y reparar de modo efectivo las consecuencias de esas equivocaciones. No hay cosa que más nos toque los cojones a los ciudadanos que esos políticos que nunca reconocen sus errores.

Si algún pequeño gobernante, aunque solo gobierne su propia casa, lee esto, seguro que le irá bien.

* Arquitecto