Afirmaba el berlinés y pensador Benedix Schönflies (más conocido por su pseudónimo, Walter Benjamin) que "ser feliz significa poder percibirse a sí mismo sin temor". El miedo, que lo acosó al final de su vida, cuando estuvo huyendo de los nazis por su doble condición de intelectual marxista y de judío, lo trajo a la frontera entre la Francia de Vichy y la España franquista, hasta Portbou (Gerona), donde el 24 de septiembre de 1940 murió suicidado, a balazos o por muerte natural, según las distintas fuentes y versiones.

Esa nebulosa de falseamiento e inexactitud respecto a la verdad de los hechos es algo común a todos los regímenes fascistas y totalitarios; puede comprobarse en los documentos conservados de la época respecto a cómo se llevó a cabo el genocidio franquista . Se hacía incluso a pesar de que nunca creyeron posible que a los Archivos pudieran tener acceso las familias de los asesinados.

La frase de Benjamin, que podría abrir un rico debate sobre identidad y autopercepción, puede saltar alguna lágrima a más de un lector o lectora, quizás a muchos más de los que usted piensa; tal vez, fíjese, pueda ser a esa vecina mayor de enfrente a la que visitan sus hijos y nietos durante el fin de semana, y que vive con total humildad, como un alma cándida que espera su final en esta vida; o tal vez sea a aquel hombre que pasea a diario por el parque y que termina sentándose al sol todas las mañanas en el banco que hay junto al quiosco, y que piensa y piensa sin decir nada; quizás no se habrán dado cuenta, pero en nuestra ciudad aún vive gente que sufrió las vejaciones y las atrocidades del franquismo, y que guardan silencio, a veces, incluso, para no molestar.

Sus vidas y sus historias se desvanecerán en poco tiempo, o quizás sea hoy mismo; morirán en el mayor de los anonimatos, sin fastos y sin esquelas en los periódicos. Sus vidas, que inspirarían best sellers o guiones de cine increíbles, nos hablan de gente maravillosa, enriquecedora, de gran valor, que sobrevivió a todo para sacar adelante a los suyos, y para la que recibir un poco de cariño y comprensión es llenar los últimos años de su vida, tal vez días, de esperanza y de luz. Morirán algún día, y el marchitar de las flores sobre el frío mármol de la lápida será una metáfora de sus vidas.

Merecen hoy un recuerdo especial todas esas mujeres que solo pudieron estar a la sombra de un hombre, pero cuyo legado sabemos y reconocemos está dentro de todos nosotros, y cuya fortaleza es digna de elogio. Mujeres a las que cercenaron sus anhelos y sus derechos, que obligaron a cumplir con los roles de madre, esposa y criada, siendo educadas y reeducadas para servir al varón; mujeres cuya mínima y única esperanza era no vivir una historia de terror en su matrimonio, o peor, quedar solteras; mujeres que vivieron los asesinatos de su padre, marido o hermano, que vieron humillar y violar a sus madres o hermanas, cuando no lo fueron ellas mismas; que presenciaron cómo otros ocupaban sus casas y se quedaban con todo lo que tenían; mujeres que sintieron la pérdida como ningún actor o actriz lo sentirá o interpretará jamás; mujeres que no teniendo casi de nada eran apartadas de todo: desterradas, vejadas, insultadas, abusadas, ninguneadas, tratadas como materia inerte, arrinconadas, excluidas, viendo sufrir y morir a sus hijos e hijas de hambre o de enfermedad en la mayor de las miserias. Mujeres que fueron encarceladas, rapadas, paseadas, que vivieron en la sierra comiendo rastrojos, mendigando un plato de comida a los vencedores, prostituyéndose, exiliándose o, incluso, muriendo mientras amantaban a sus hijos. ¿Imaginan vivir tan solo una semana en esas condiciones? Para muchas mujeres ese fue el día a día de una etapa en sus vidas que han sellado con una fría losa de silencio; un silencio que les protege ante la crueldad de aquellos y aquellas que minoran, tergiversan o niegan la verdad de la Historia por pura malicia o ignorancia.

Sin embargo, hay muchas mujeres que han sido capaces de levantar la voz para contar su historia y todas aquellas barbaridades de la dictadura, sin miedo a las represalias ni a nadie, pensando que su valentía es fundamental para que haya verdad, justicia y reparación. Quizás con ello no puedan recuperar la felicidad de aquellos años, pero al menos, les permitirá librarse del temor para siempre.

* Secretario del Foro Ciudadano para la Recuperación de la Memoria Histórica de Andalucía