El patrimonio de Córdoba es vasto. Por toda la provincia se diseminan pequeños y grandes tesoros arqueológicos y arquitectónicos que hablan de una tierra rica y generosa, una tierra capaz de seducir al ser humano desde la Prehistoria para que eligiera sus valles, montes y tierras calmas como asentamiento.

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La ubicación estratégica de Córdoba ha sido siempre clave para entender el porqué de su historia. En época romana Corduba se convirtió en la capital de la Bética de la Hispania romana. Se tejió entonces una red de caminos que unían a la ciudad con Gades (Cádiz) y con los Pirineos a través de la Vía Augusta, pero también otras vías, como las que conducían a Mérida y Toledo y que discurrían por las comarcas del Guadiato y los Pedroches, o hacia las costas del sur y el este de la Península, por citar algunos ejemplos.

Los musulmanes supieron aprovechar todas esas vías de comunicación heredadas de Roma, así como otras muchas infraestructuras, y cuando comenzaron a construir fortalezas para defenderse de sus enemigos, ya fuera en guerras intestinas o contra los cristianos que pugnaban con conquistar Al-Ándalus, lo hicieron en lugares estratégicos para la defensa de sus fronteras.

Es aquí donde comienza la historia de buena parte de las fortalezas de Córdoba, de las construcciones andalusíes y después cristianas que aún hoy pueblan esta provincia y que son el testigo pétreo del devenir de esta tierra.

El profesor de arqueología de la Universidad de Córdoba, investigador del urbanismo andalusí y de la arquitectura defensiva medieval, Alberto León, señala que en lo que a fortalezas se refiere la provincia de Córdoba tiene «un patrimonio muy variado y muy interesante», que va desde los castillos más deslumbrantes reconstruidos en época cristiana como los de Belalcázar o Almodóvar del Río, por citar dos ejemplos, a otros como el recinto amurallado almohade de Palma del Río, donde hoy se ubica el Palacio de Portocarrero. Porque aunque no se corresponda «con la imagen que tenemos de un castillo, con su torre del homenaje, los recintos amurallados también son fortalezas».

Entre ellas León cita a la de El Vacar, a la que califica de «verdadera joya sobre la que todo el mundo escribe» por ser «un referente en la investigación», a pesar de que es «extremadamente austera». Y es que en esta zona se construyeron muchas fortificaciones en época almohade que «han pasado desapercibidas».

De norte a sur, de este a oeste, las fortalezas se diseminan por toda la provincia y son, en muchos casos, el alma de las localidades en las que fueron construidas y, en muchas ocasiones, el origen de los pueblos que hoy día se conocen.

El siglo XIX resulta clave para conocer los castillos porque es en esa época cuando se empieza a escribir y a investigar sobre ellos, así como a tratar de preservar esas construcciones, muchas de las cuales llegaron a esa época en estado ruinoso. No obstante, como señala León, hay intentos anteriores por estudiar y documentar estas fortalezas, que parten tímidamente en los siglos XVII y XVIII.

Cuando las fortificaciones empiezan a abandonarse, bien porque han dejado de cumplir su función defensiva, bien por lo costoso que resulta mantenerlas en pie y en buen estado, comienzan a estudiarse, pero también a ocuparse, especialmente durante la Guerra de la Independencia contra los franceses, a partir de 1808.

Castillo de Madroñiz. Esta fortaleza es una joya arquitectónica ubicada en el Viso y fronteriza con las provincias de Badajoz y Ciudad Real.FRANCISCO GONZÁLEZ

En algunos casos, como en Belalcázar, las fortalezas fueron asediadas y cañoneadas, en otros los franceses las utilizan como graneros o cuarteles militares que se «convierten en una amenaza para la población que estaba al lado, en un nuevo signo de opresión porque vienen los franceses con esa idea de ocupación». Por eso , «cuando los franceses se van, es la propia población la que, en muchos casos, destruye los castillos con pólvora para evitar que se puedan volver a convertir en una amenaza».

Será poco después, a partir de los años 30 del siglo XX, destaca el profesor, cuando se empiecen a ver esas fortalezas como algo atractivo, «coincidiendo con el movimiento romántico europeo que empieza a prestar atención a la Edad Media frente al mundo clásico, a crear escenarios un poco bucólicos y fantásticos que tienen como telón de fondo los castillos, que además están en ruinas», una decadencia que añade un plus al romanticismo.

Ramírez de Arellano

En este sentido, explica el arqueólogo e investigador, por toda España hay una cierta demanda de la población burguesa, que es la que dispone de tiempo de ocio, de información y datos sobre este patrimonio, su historia y sus moradores. Es en este contexto en el que surgen algunos eruditos locales, como es el caso de Ramírez de Arellano, «que contribuyen» a difundir ese patrimonio y que escriben sobre él y sobre su pasado en revistas o publicaciones de la época.

Para Alberto León se convierten, «salvando las distancias, en el National Geografic local del siglo XIX», en los que cuentan la historia de los castillos, en ocasiones ilustrados con «dibujitos muy naif» y poco precisos.

No se trata, en la mayoría de los casos, de estudios profundos, sino en la narración de la historias y anécdotas de los señores que habitaban esos castillos. En cualquier caso, continúa el profesor de la UCO, lo que sí aportan es una descripción de cada fortaleza, «y sobre todo denuncian el estado de ruina en los que se encuentran por la desidia de las autoridades y por el poco interés de la población».

Con todo, buena parte de esos escritos han brindado a los historiadores muchos datos de los castillos de la provincia de Córdoba, datos que han permitido saber, por ejemplo, cuántas torres tenían en aquella época o cuál era su grado de conservación.

Castillo de Palma, en una imagen antigua. FRANCISCO GONZÁLEZ

«El interés fundamental de estos trabajos -escribe el investigador en su artículo «Los castillos en el reino de Córdoba: revisión historiográfica y perspectivas actuales»- reside en su valor como documentos por sí mismos, pues en ellos se recoge lo escrito con anterioridad (manuscritos inéditos o muy difíciles de localizar), y se lleva a cabo una concienzuda recopilación de la documentación de fuentes y crónicas medievales, archivos locales, etc., que arroja valiosa información sobre aspectos diversos relacionados con la fortaleza y sus titulares en la Edad Media».

Estos testimonios, aclara León, se siguen utilizando aún en nuestros días. De hecho, subraya, recientemente se ha presentado una tesis sobre el castillo de Aguilar de la Frontera que ha utilizado como fuente básica para hacer la reconstrucción en 3D del castillo uno de esos grabados. Y aunque este tipo de documentos «no son muy fiables», quienes han hecho la investigación «tienen además fuentes escritas, documentos del siglo XIX de los archivos locales...» que complementan esas carencias.

Tampoco hay que olvidar la importancia de los viajes en el siglo XIX y la prolífica literatura del momento, repleta de obras escritas por europeos ilustrados que se acercan hasta nuestro país y que van describiendo y desgranando, desde su punto de vista, cada uno de los lugares que visitan. De nuevo, una visión romántica que sirve para subrayar la importancia de nuestro patrimonio y una llamada de atención para evitar deterioros y pérdidas irreparables.

Sobre esta cuestión, León escribe que «las imágenes llenas de tópicos que transmiten los románticos se prolongarán en algunos casos hasta la actualidad, sobre todo en lo que respecta a la belleza de la ruina y el goce con su contemplación y a la idea desarrollada por algunos de estos autores del esplendor árabe frente a la posterior decadencia tras la reconquista».

Y añade que «para el caso de Córdoba, este hecho, unido a la evidente riqueza arqueológica dejada por la capitalidad omeya, han resultado decisivos en la primacía de la investigación arqueológica sobre el mundo andalusí frente al medievalismo cristiano, más tardío y sin un protagonismo tan destacado».

Ese interés fue decayendo poco a poco, entre otras cosas por los acontecimientos políticos y sociales del finales del siglo XIX, y muy especialmente por el complicado clima social de la España de principios del siglo XX y la posterior Guerra Civil.

En contraposición, en el resto de Europa sí comenzaron a llevarse a cabo intervenciones arquitectónicas para recuperar ese patrimonio.

Será en Francia y en Inglaterra donde se den las dos corrientes «fundamentales de restauración», la primera «muy intervencionista» y la segunda, y como reacción a la francesa, una línea que consideraba que «la ruina era bella».

Se trata de dos líneas de pensamiento, de «movimientos intelectuales y de reflexión» que surgen en ese periodo por «el interés que empezaba a despertar este tipo de elementos de patrimonio» entre la sociedad del momento.

Puesta de sol en el castillo de Almodóvar. ANTONIO LUIS BELTRÁN

Desmontar los tópicos

Existen muchos tópicos y mitos en torno a las fortalezas que forman parte del imaginario colectivo, pero que no siempre ni necesariamente se corresponden con la realidad histórica. Falsas o equivocadas creencias que se mantienen en el tiempo y que la tradición va engordando.

En este sentido, para el investigador y profesor de la UCO Alberto León es importante «desmontar ciertos tipos de tópicos que se plantean» y pesan sobre las fortificaciones, como que están hechas «por los musulmanes para luchar con los cristianos o por los cristianos para luchar con los musulmanes». Pero «la inmensa mayoría de las fortificaciones, salvo las de época almohade y de la primera época cristiana, están construidas por los musulmanes para defenderse de los propios musulmanes y las cristianas para defenderse de los propios cristianos por las luchas internas que tienen».

Junto a ello considera que no se puede hablar de una fortaleza como «de un estilo artístico o de una época concreta». Matiza «que tenemos referencia de fuentes escritas desde el primer momento en el que existe algo en ese lugar, pero el elemento que nosotros vemos suele ser el resultado de muchas transformaciones, añadidos, cambios de proyectos...». Por eso, los castillos y fortificaciones deben entenderse como «documentos históricos que tienen que ser leídos» y los compara con un palimpsesto, esos manuscritos que conservan la huella de un escrito anterior que ha sido parcial o totalmente borrada.

Y es que «los castillos, por su carácter funcional y por haber sido en muchos casos el objeto de ataque, están muy transformados, se van adaptando a las tecnologías (de cada momento), y hay mucha evolución».

En Córdoba, subraya, se encuentra alguno de estos elementos más significativos, como el Alcázar de los Reyes Cristianos o la Calahorra, una puerta árabe del siglo X, que después forma parte de un recinto almohade del siglo XII, que en el siglo XIV se convierte en un castillo aislado y al que, con posterioridad, en el siglo XV, se le van añadiendo numerosos elementos.

Continuando con esta línea argumental, León subraya que del Alcázar de los Reyes Cristianos se sabe que «está construido como un recinto fortificado desde el siglo V, que el alcázar que ahora vemos lo que está haciendo, en realidad, es reconstruir o remodelar un palacio almohade de la segunda mitad del siglo XII y que en el siglo XV le incorporan y añaden otros elementos». Y después, a lo largo de la historia, y con los distintos usos que ha tenido se ha ido transformando».

Son ejemplos claros de edificios «que no responden a un único momento» y que ha pasado por diferentes etapas que le han conferido la apariencia que ha llegado hasta nuestros días.

Por eso, como escribía León en su artículo Documentos emergentes, fortalezas elocuentes. Las fortificaciones medievales de Córdoba (S. VIII- S. XV), los castillos y fortalezas, «lejos de ser testigos mudos de acontecimientos aislados, las fortificaciones medievales son evidencias directas y muy esclarecedoras de las circunstancias que motivaron su construcción y las sucesivas reformas».

Con todo la provincia de Córdoba, con sus actuales límites geográficos, completamente distintos a los de las etapas medievales, cuenta con distintas fortificaciones y castillos, «algunos de cuyos ejemplares más conocidos constituyen verdaderos referentes en el panorama español de la arquitectura defensiva medieval».

La etapa omeya

Alberto León desgrana en este artículo las distintas etapas históricas que han atravesado las fortificaciones de la provincia. Obviamente la proclamación del califato omeya y la consolidación de la ciudad de Córdoba como sede de un nuevo estado en el siglo X, supuso un antes y un después para la capital. En ese periodo comienzan a construirse grandes y espectaculares edificios que dejan claro el poderío del califa, la máxima autoridad política y religiosa del momento.

Surgen así construcciones como el alcázar andalusí, distinto al Alcázar de los Reyes Cristianos que hoy conocemos, y que abarcaba una enorme extensión, que se situaba «en el ángulo suroccidental de la medina».

A pesar de que se han perdido muchas de aquellas edificaciones, «quedan aún algunas trazas en pie, en la fachada del Palacio Episcopal, frontero con la mezquita aljama», y a la que se podía acceder mediante un puente o pasarela aérea llamada sabat creada para que la máxima autoridad pudiera acceder al templo sin necesidad de pisar la calle. Hoy no queda nada porque fue destruida en época cristiana.

Lógicamente en la provincia también es evidente la huella omeya, pero la presencia de su estado «solo debió de hacerse efectiva sobre aquellos territorios que presentaban resistencia a la imposición de un modelo político diseñado y establecido desde Córdoba». Es decir, que el enemigo habitaba en casa y que no todos estaban de acuerdo con aquella situación. «Por tanto, durante esta primera etapa de consolidación del estado islámico -explica el investigador- la amenaza más acuciante no se encontraba allende las fronteras, sino que el principal conflicto provenía de los habitantes del propio territorio andalusí».

Habitantes como los de la cora de Fahs-al-Ballut, que situaron su capital en Gafiq, en la actual Belalcázar, en la comarca de Los Pedroches, y uno de los enclaves más destacados en la ruta hacia Mérida por la cercanía con la Vía Emérita romana, que comunicaba Córdoba con la ciudad extremeña.

También al sur salieron rebeldes, que se hicieron fuertes en lugares como Aguilar, Baena o Priego de Córdoba.

Todos ellos sucumbieron a la espada y a las tropas de Abderramán III, que proclamaba su califato independiente en el 929.

Imagen antigua del castillo de Cabra. FRANCISCO GONZÁLEZ

Después vendría Medina Azahara, un prodigio arquitectónico, cultural, científico y estético que no llegó a cumplir los 100 años de vida porque de nuevo, otra guerra civil, acabó con el califato y arrasó con ella.

La ciudad brillante, saqueada y después envuelta en llamas, dejó entonces de ser el lugar de obligada visita, la ciudad en la que rendir pleitesía u ofrecer obediencia al califa y en la que se sellaron las alianzas con los gobernantes de los reinos vecinos.

Muchos de los castillos y fortalezas que hoy pueblan las colinas y cerros de la provincia de Córdoba tienen su origen en época omeya o en distintas etapas de dominio musulmán.

Es el caso de la alcazaba-castillo de Bujalance, construida para defender la ciudad de Córdoba por el noreste, o del Castillo de Almodóvar del Río, muy transformado a partir de la época cristiana, semiderruido y reconstruido a principios del siglo XIX.

Más tarde, y con la llegada al poder de los almohades en el siglo XII, también después de numerosas guerras con enemigos musulmanes, Córdoba pierde su papel de capital, al que tan acostumbrada estuvo durante siglos, y cede este protagonismo a Sevilla.

No obstante, la ciudad era una de las plazas importantes y por eso se levantan y amplían los recintos defensivos de Córdoba. Son, por ejemplo, las murallas y el Castillo Viejo de la Judería, junto a San Basilio.

Conquista cristiana

A partir de la conquista cristiana, con la entrada de las tropas de Fernando III, buena parte de aquellas fortalezas pasan a las órdenes militares, como las de Alcántara y Calatrava, algunas de las cuales adquieren un lugar destacado en la defensa ante los posibles ataques nazaríes.

Otras fortalezas quedaron bajo el control de la corona, como son las que estaban en la campiña. Alberto León explica que en esta zona, «la necesidad de repoblar y fortalecer un territorio tan vasto y en constante amenaza ante las incursiones nazaríes obligó a los monarcas castellanos a ofrecer tierras a los señores, muchos de ellos hombres de frontera que habían colaborado en el avance de las conquistas, iniciando de este modo un lento proceso de señorialización que se verá acelerado ya a mediados del siglo XV»,

Con la conquista de los Reyes Católicos y su victoria sobre Boabdil, el último sultán de Granada, desaparecía el último bastión musulmán de la península. A partir de este momento, y acabada la amenaza, las fortalezas dejan de tener fines defensivos, y es en este momento cuando comienza una nueva parte de su historia.

Algunas fueron abandonadas al ser emplazamientos militares que ya no tenían frontera que defender ni enemigo contra el que luchar, otras fueron el pago de la corona a sus más nobles aliados, nombres como Gonzalo Fernández de Córdoba.

Después vendrían las transformaciones palaciegas y las guerras de poder entre las distintas casas señoriales, las conspiraciones de reyes contra señores, la concesión y revocación de privilegios y vasallajes... Algunos de esos castillos supieron sobreponerse al paso de los siglos y otros perecieron.

Este documento recoge la crónica de muchos de ellos. No están todos los que son, pero los que están ratifican que las fortalezas son los baluartes de la historia.