Hoy empieza en el Vaticano una cumbre histórica e inédita que convoca a 190 obispos, cardenales, miembros de la curia y prelados orientales a un ejercicio de catarsis de la Iglesia católica ante el aluvión de casos de pederastia y abusos sexuales infantiles que se han hecho públicos. Escándalos recientes que se suman a una larga lista y se concretan en las casi 4.000 víctimas en Alemania desde los años 40 o en las más de 1.000 en la diócesis de Pensilvania y, especialmente, en la crisis desatada en Chile, con la dimisión de todo el episcopado. La convocatoria inaudita del papa Francisco es también un paso valiente, que ha tenido que vencer las reticencias de los estamentos eclesiásticos -la Iglesia española ha tardado en sumarse- y ha despertado un interés inusitado, tanto que el mismo Pontífice ha intentado rebajar las expectativas en el sentido de considerar que la lacra de los abusos no es solo un problema de la Iglesia sino de toda la sociedad. Aun así, según uno de los organizadores de la cumbre, el arzobispo de Malta Charles Scicluna, «ha llegado el momento de la verdad para romper con la omertà (el silencio)». En estos tres días se discutirá sobre la responsabilidad de los obispos, la rendición de cuentas y la transparencia ineludible, con el testimonio de víctimas. La declaración conjunta de todas las órdenes religiosas, masculinas y femeninas, reconociendo los pecados («inclinamos nuestras cabezas con vergüenza») da una idea de la magnitud de los hechos y de la necesidad de una respuesta firme y contundente de la Iglesia. Asumir la culpa y poner remedio, y, por supuesto, asumir que sean los tribunales ordinarios los que dictaminen sobre los hechos delictivos.