A Gustave Coubert, el maestro de la pintura realista del XIX francés, cuando le preguntaron por qué nunca pintaba ángeles, respondió -fiel a su estricto realismo- que no podía hacerlo porque nunca había visto un ángel. Si, desde la perspectiva inversa, le pidiéramos a Ginés Liébana que nos explicase por qué se ha pasado su larga vida fructífera pintando ángeles de todas las observancias, estirpes, coros y excelencias, suponemos, con amplia posibilidad de acertar, que la respuesta sería que lo hace porque durante todo su existir no ha dejado -tal vez, para ahuyentar ángeles caídos: demonios en guerra civil- de convivir, durante los sueños y los duermevelas, con ángeles innumerables. Desde medicinales arcángeles custodios hasta mofletudos angelotes de retablo barroco. Interminablemente, ha soñado, tal los niños más angelicales, con melodiosos ángeles cantores y angelitos tocando la trompeta en un horizonte celeste.

Ha dibujado Liébana -único sobreviviente del grupo Cántico- tantos ángeles que en su angelería quintaesenciada hallamos los evangélicos ángeles mensajeros de Fray Angélico y los ángeles coránicos de Rilke que, desde las Elegías de Duino, preguntó quién oiría sus dolorosos gritos existenciales en los órdenes angélicos. Y, tampoco ha podido olvidar a los ángeles populares, de oficios artesanos, como los ángeles confiteros de Rafael -nombre de arcángel cordobés- Alberti que bajaron de la gloria, volanderos, para regalarle a la Virgen María todas las golosinas de la confitería.

Tenemos tan claro como los días claros que nuestro pintor, a lo largo de su andadura terrenal, ya casi centenaria, siempre ha tenido a su vera al ángel de la guarda, porque se halla en las antípodas de aquél clérigo ególatra que, hasta para hacer ejercicios pedestres, necesitaba que corriera a su lado una pareja de guardaespaldas: señal de la incredulidad que padecía sobre la existencia del ángel de la guarda.

Por fin, ya está expuesta -aguardando que la pandemia permita la visita pública- en la galería de la Diputación -cuidada por Eduardo Mármol-, una antología pictórica de Ginés de los Ángeles Liébana en la que no falta ningún linaje de ángeles, pues estamos ante un artista plástico con un ángel indudable que, constantemente, ha pintado ángeles bondadosos -entre sus ángeles nunca los hay exterminadores- que le han acompañado toda la vida en sus sueños creativos.