‘La torre invertida’. Autora: Tania Padilla. Edita: Algaida. XXII Premio Ateneo Joven. Sevilla, 2017.

Cuando hace pocos años tenía delante de mí, en mis clases de la Facultad de Filosofía y Letras de Córdoba, a Tania Padilla, ya sospechaba que apuntaba inmisericorde hacia el éxito. El literario, al menos, lo saboreó en 2013 con su ópera prima Nosocomio: el diamante negro, y lo continuó en 2016 con Un secuestro raro. No extraña que en 2017 lo haya reforzado con esta genial tercera entrega que es La torre invertida, título procedente del párrafo en que se mencionan «los bastos peldaños de aquel pozo robado a la ladera, o más bien torre al revés […]». Novela lúcida, extensa (tantas como 435 páginas), en la que uno se deja llevar muy pronto por el entorno literario y mágico que reina en la afamada ciudad portuguesa de Sintra, espacio que, a su vez, en ocasiones se combina con el de Lisboa para constituir los ejes respectivos del pasado y del presente que serán igualmente los sostenes de personajes tan fundamentales como Sofia Bernier, bibliotecaria de profesión y novelista en ciernes. Pero la riqueza de matices argumentales que va propiciando el relato convierte toda la historia en un conglomerado de vida, de literatura, de pasiones desatadas, de investigaciones incesantes, aspecto este último que justifica las frecuentes entrevistas o citas entre personajes para poder encuestar a quienes están implicados en los sucesos.

Es este complejo mundo narrativo el que convierte la novela en un texto de amplitud sorprendente en el que sobresale la indiscutible calidad literaria de Tania Padilla, que tan a la perfección narra, describe y detalla situaciones y emociones con un realismo vigoroso y sutil, tal como se admite en: «Me esfuerzo de nuevo por penderme de cada objeto, de cada persona; me sujeto con invisibles garras a lo que tiene volumen y forma, olor, sabor, apariencia». Las vivencias literarias, la vida académica, la recreación de ambientes son, entre otras muchas, algunas de las incrustaciones narrativas que deben tenerse en cuenta.

A la altura del capítulo quinto, cuando aún queda otra veintena más, ya está convencido el lector de la magnífica obra literaria que tiene entre sus manos. Este ve que el argumento se ensancha a partir de capítulos breves que dan agilidad y fluidez y permiten oportunos cambios de escenario. Es de este modo como la historia se diversifica, a partir del intento de Sofía de investigar para su novela, en varias sendas amorosas, prácticamente triangulares, en que se ven implicados la propia Sofía, su marido el profesor Kaufman y Alida (la esposa de Alonso de la Hoz), por un lado, y Manini, Minerva y el enigmático António Carvalho Monteiro, por otro. La ficción, a partir de aquí, no se complica -es una tentación escribir esto-, sino que se amplía, se abre en un interesante abanico de personajes y sucesos que cautivan con su viveza y sorprendente avance. Su tercera parte, del capítulo 19 al 26, da ciertos saltos al pasado (el 19 lleva la fecha de 1912) pero sin perder la perspectiva del presente, y poco a poco, en ese juego de entrecruzamiento de espacios, personajes y sucesos, incluso de los varios narradores que se van alternando en el relato (Sofía y Fernando), reaparece la magia de una leyenda que todavía da más curiosidad a la novela.

Cuando al argumento le restan aún cien páginas de frenético descubrimiento, al lector aún le sobrevendrán extraordinarias sorpresas -como leemos en la pág. 330, «Pues te aseguro que no va ser la única esta noche»-; pero importa ahora insistir en que la verdadera grandeza de esta novela de Tania Padilla está en su estilo (me permito hablar de estilazo), tan genuino que da un nuevo valor y una inédita singularidad a recursos como la metáfora, la comparación o la precisión léxica, a la que de súbito la autora reviste con sustantivos o verbos tan inesperados e inusuales que causan un verdadero escalofrío en la impertérrita columna del lenguaje más culto, sin que esto anule, ni mucho menos, la admirable llaneza y verosimilitud de la expresión coloquial o conversacional. Es, precisamente, desde el ámbito de la conversación de donde surge la posibilidad de filtrar los diversos registros comunicativos que se enseñorean en el texto, alternándose patrones como los del correo electrónico, los wasaps o la tradicional misiva. En todo momento se da cuenta el lector del pozo de conocimientos vitales o experienciales del que brota la sabiduría que impregna toda la narración, en la que además se mezcla lo real y lo ficticio, lo biográfico y lo literario, la verdad y la mentira: «Entonces supongo que buscas la verdad», se comenta en la pág. 334, y en la 429: «Pero es probable que la mentira te dé más juego para tu historia, ¿no?». Sorpresa. Sorpresa en las vibraciones del argumento; hasta el último párrafo del imprevisto final. Lo cierto es que todo ello aparece como una simbiosis en la que destella, sin duda, la lucidez de una historia que sitúa a su autora en una primera línea de la narrativa andaluza, pues no en vano La torre invertida ha merecido el XXII Premio de Novela Ateneo Joven de Sevilla. Sí, Tania Padilla ha escrito una gran novela porque en ella se ha volcado con sensibilidad, con imaginación, con el conocimiento de una experta narradora que estructura su texto con atención, reflexión y detalle, aplicándose una afirmación certera de su página 431: «Querer escribir es haber mirado, y para eso hay que saber hacia dónde mirar».