El 28 de marzo de 2017 se conmemoró en Orihuela y en otros muchos lugares el 75 aniversario de la muerte de Miguel Hernández en la cárcel de Alicante. Era 1942, y solo hace unas semanas, el 24 y 25 de noviembre -dejando en medio infinitud de actos y publicaciones-, se celebraba en Úbeda un curso de la UNED dirigido por el profesor Julio Neira para dar relevancia al citado aniversario.

A todos estos actos se ha sumado el libro Miguel Hernández. En las lunas del perito, sobre el que el director de la Fundación Cultural Miguel Hernández, Aitor L. Larrabilde, explica en su introducción que su autor, Francisco Javier Díez de Revenga, tiene el mérito de haber «contribuido al hernandismo desde 1971, año en que publica en la revista del extinto Instituto de Estudios Alicantinos, precisamente sobre, un tema del que fue pionero, el teatro hernandiano. Una fértil trayectoria que puede ser resumida en el listado de publicaciones que figuran al final del presente volumen». Así, con sus 325 páginas y sus diecisiete capítulos -que aquí no podemos sino esbozar- será este trabajo una asombrosa colección «de fecundas aproximaciones rigurosas» a través de las cuales podemos «percibir el trabajo tenaz y constante de Díez de Revenga en la difusión y divulgación de la obra de Miguel Hernández, pasión de una vida que aparece recogida en este libro [...]». La contribución del autor, por tanto, es acercarnos al poeta alicantino -como reza el primer capítulo-. «En sus luces y en sus sombras», porque junto a la grandeza literaria que el poeta creara «no es menos cierto que su producción comenzaba a madurar cuando sufrió las dos grandes calamidades que la delimitaron y la condujeron por caminos inesperados: la guerra y la cárcel. La muerte, temprana y singularmente cruel, vendría a dar al traste con lo que se ofrecía como gran promesa de la lírica española en la época de mayor esplendor de nuestro siglo». Se trata de solo cuatro páginas que debemos considerar preliminares y que dan acceso, primero, al título «Con el grupo murciano de la revista Sudeste» (ejemplo de la relación de Hernández con «una de la empresas culturales significativas de Murcia, y única en los años treinta, la de la revista Sudeste, muestra efímera de un grupo rico en ideas y en cualidades artísticas y estéticas»), y después, al capítulo 3, «Perito en lunas (Selecciones y rechazos)», libro que publica el poeta «tras una severa selección de numerosos poemas que había escrito para ése u otros libros». Tanto el 2º como el 3º son capítulos que ya constatan la hondura de investigación y conocimiento hernandianos que va a caracterizar el trabajo -de muchos años- de Díez de Revenga. Este, como ensayista incesante, acumula datos, comentarios, indagaciones biográficas y bibliográficas -por cierto, no hay notas a pie de página que ralenticen la lectura del texto- que redondean su libro desglosándolo en puntuales estudios parciales cuya claridad agradece el lector.

De la intimidad a la amistad

Éste, el lector, va a irse encontrando sucesivamente con el contenido de «Poesía terruñera», «Tres heridas», «Con las vanguardias y el 27», que será el sexto capítulo y uno de los de más actualidad porque, en ciertos párrafos, entronca con la figura de Vicente Aleixandre del que también se celebró efemérides recientemente al cumplirse el 6 de octubre de 2017 los 40 años de la concesión del Premio Nobel de Literatura, que el poeta recibió cuando tenía sus 79. Es, por tanto, un interesantísimo y nutrido capítulo en el que, aparte de tantas y tantas consideraciones sobre los autores del 27, hallamos las más concretas referidas a Vicente Aleixandre, el poeta que más pronto le prestaría atención al oriolano, de quien escribió que «se integró pronto en el mundo literario madrileño e hizo amistad inmediata con los más avanzados poetas del momento». Y Díez de Revenga, que tan razonadamente documenta las relaciones amistosas de Hernández con Jorge Guillén, Gerardo Diego o Cernuda, se fija en las que mantuvo con Aleixandre, analizándolas en un conjunto de comentarios que van desde la página 109 hasta mediada la 113.

Tras esta aportación -no puede olvidarse que el profesor Díez de Revenga es un grandísimo experto en este imprescindible grupo poético- se concretarán, hasta llegar al décimo, nuevos aspectos que lo relacionan «Con Quevedo», «Con la poesía de Lope», afinando más en «Entre Calderón y Lope», y deteniéndose al fin en lo que el investigador denomina «Vocación poética de una tragedia española», texto que gira en torno a lo que en Miguel Hernández fue «su intención de crear un teatro más actual, más comprometido con la actualidad, un teatro moderno en definitiva [...]». Y es, asimismo, la relación literaria entre Hernández y el murciano Ramón Gaya la que da lugar a que se redacte, como capítulo 11, «Dos de 1910», en torno a la poesía de guerra del oriolano, con un apéndice (págs. 181-188) referido a Viento del pueblo, o sea, a «aquellos poemas suyos escritos en la atmósfera de nuestra lucha».

Por supuesto que Miguel Hernández, a quien Juan Ramón Jiménez elogiara un día llamándolo «el sorprendente muchacho de Orihuela», continuó su breve vida literaria -que va de 1933 a 1942- escribiendo un tipo de poesía internacionalista (y este es el título exacto del capítulo 12, págs. 189 a 207), dado que él estaba abocado a ser «un poeta impensablemente internacional» que, a partir de esa vivencia universal de las tres insoslayables heridas que son la de la vida, la de la muerte, la del amor, puede estudiarse recordando aquel viaje que en septiembre de 1937 realizara a la URSS y que motivó eso de lo que informa el ensayista cuando habla de que «en su poesía sólo quedó el vestigio de las ciudades soviéticas y de la añoranza de España, aunque en el epistolario a su esposa, Josefina Manresa, y a sus familiares hay referencia a alguna de las otras ciudades europeas». Muy sabrosas todas las precisiones a este respecto, que acaban con sendos profundos comentarios sobre los tres poemas «España en ausencia», «Rusia» y «La fábrica-ciudad». Pero, según al fin se añade, «la experiencia internacional de Miguel Hernández, que puede interesar al comparatista, no va mucho más allá. Y tampoco su corta existencia y su reducida vida literaria le permitieron mucho más». Por eso, enseguida se aborda un aspecto fundamental, cual es el del «Regreso a la lírica tradicional y popular»: en síntesis, una treintena de páginas que van a desarrollar con minuciosidad para el lector la tesis de que «Hernández se encuadra, desde sus inicios, por derecho propio en el grupo de poetas españoles que sienten muy de cerca la llamada de lo popular, patente a lo largo de su obra literaria [...]. Incluso, en la poesía hernandiana de adscripción más culta se percibirá un vivo y permanente sentimiento del pueblo y de lo propiamente natural y campesino, y también de la canción tradicional, de la lírica popular». ¡Cuántos aspectos, detalles, nimiedades y grandezas literarias de los conceptos de popularidad y tradicionalidad descubre el ensayo en este punto, llegándose a concluir que los poemas de Hernández, «a pesar de estar montados sobre presupuestos formales de tipo tradicional, el poeta no se adscribe a esquemas establecidos ni se compromete con formas estróficas de secular tradición. Ya este signo es relevante de su indudable originalidad y personalismo».

Sin duda, muchos otros estudiosos, como José María Balcells (en Nacidos para el luto. Miguel Hernández y los toros, Jaén, Universidad de Jaén, 2017) o David Becerra Mayor y Antonio J. Antón Fernández (en Miguel Hernández. La voz de la herida, Córdoba, Utopía, 2016) han contribuido con recientes investigaciones al justo recuerdo de este 75 aniversario de la muerte del poeta; pero Francisco Javier Díez de Revenga en su Miguel Hernández: En las lunas del perito lo ha hecho de modo muy meritorio, con la certeza de que este siempre germinal poeta «sigue siendo lectura obligatoria de estudiantes y estudiosos, pero sobre todo de amantes de la poesía».

‘Miguel Hernández. En las lunas del perito’. Autor: Francisco Javier Díez de Revenga. Edita: Fundación Cultural Miguel Hernández. Orihuela, 2017.