Forma Luis Mateo Díez, junto a Luis Landero y Antonio Muñoz Molina, un trío de inigualable calidad literaria que les ha llevado a alzarse el mismo año con el Premio de la Crítica y con el Nacional de Literatura, algo sin parangón en nuestras letras. Pero en el caso de Luis Mateo Díez, por partida doble, ya que si en su momento fue con La fuente de la edad, novela de iniciación en la que un grupo de excursionistas se afanaban en la búsqueda de tan preciada quimera, en el año 2000 habría de descolgarse con la que sin duda es, hasta la fecha, su gran obra de madurez: La ruina del cielo, reivindicación del mundo rural desde la reconstrucción de un obituario en un abandonado e inexistente pueblo del norte de España: Celama. Llegarían más tarde obras como Balcón de piedra, los recuerdos y visiones de su madurez como escritor vistos desde la ventana del Ayuntamiento de Madrid en el que trabaja, nos entrega El oscurecer, novela con la que pretende, y consigue, cerrar una trilogía iniciada con El espíritu del Páramo y continuada con la mencionada La ruina del cielo. Mateo Díez, un creador de mundos novelescos cerrados en el que tienen cabida pocas y muchas cosas a la vez: los recuerdos de su niñez, su particular visión de la vida -y de la muerte-, sus fantasmas más queridos y a la vez lo más odiados... Fantasmas que volveremos a encontrarnos, cómo no, en esta nueva entrega, Gente que conocí en los sueños. Cuatro historias a medio camino entre lo irreal y lo real, que deambulan entre el sueño y la vigilia, que nos recuerdan al Luis Mateo Diez de Celama en el que una delgada línea separa los mundos de los vivos y los muertos. Maravillosamente ilustrados en esta ocasión por Mo Gutiérrez Serna, Gente que conocí en los sueños es un libro puente podríamos decir, a la espera de esa novela ya anunciada para el otoño. Le esperamos.

Cuando Luis Landero publicó en 1989 Juegos de la edad tardía, yo era un estudiante de Filología que desconocía las interioridades literarias, y que miraba con respeto a cuantos como él, habían conseguido tocar el cielo con las manos. No estábamos ante un autor más, en unos momentos de renovación narrativa en nuestro país, sino ante alguien llamado con el tiempo a marcar un antes y un después en la novela. Frente a quienes afirman sin pudor la próxima muerte de la novela como género, Landero nos entrega periódicamente un nuevo discurso narrativo alejado de convencionalismos literarios, y nos ofrece la posibilidad de continuar soñando con nuevas entregas.

Autor de un mundo novelesco propio y, aunque no le guste reconocerlo, tremendamente autobiográfico, ha dado a la literatura un personaje entrañable, Augusto Faroni, con quien muchos lectores se han identificado hasta el punto de «darle vida» en forma de «club cultural». El círculo cultural Faroni. Ahora, Landero ha vuelto, su nueva novela, y dicen los críticos que la mejor de todas, aunque eso se lo hemos oído en cada entrega. Lleva por título Lluvia fina, en donde todo un carrusel de voces superpuestas, en torno al personaje central de Aurora, hacen que la novela adquiera un tono coral alejado de sus anteriores entregas, y con una estructura tremendamente innovadora. Los viejos rencores de una familia salen a relucir en el cumpleaños de la matriarca y el andamiaje como no podía ser de otro modo se resentirá. Totalmente recomendable.