Enumerar toda su obra de poesía y narrativa nos llevaría a una enumeración tediosa, ya que Manuel Vilas (Barbastro, 1962) es un escritor de raza, de vocación, que desde el principio del sigo XXI ha escrito más de 20 obras sin contar sus colaboraciones en la prensa y sus antologías. Es un gran creador y uno de nuestros más reconocidos narradores y poetas.

-Su novela ‘Ordesa’ fue la novela del 2018. ¿A qué cree que se debió?

-Es difícil saberlo. Imagino que la razón está en que trata un tema universal, como es el de la relación entre padres e hijos. También trata otro universal: la pérdida de los seres queridos. Y quizá que recrea un ambiente muy real de los años 60 y 70, tal como yo me acuerdo que era sin fabular, ni quitar o poner nada.

-¿Es más realidad que ficción?

-Para mí es una novela de contenido autobiográfico. Pero el lector es quien tiene la última palabra. El narrador cuenta las cosas tal como él las vivió. Para ese narrador todo fue verdad. Y yo le creo. Ahora, por supuesto, que, como toda autobiografía, tiene parte ficción en el sentido de que no cuentas todo, sino que seleccionas unos hechos determinados. Nunca puede haber una novela de contenido biográfico total, pues dejas muchas cosas atrás, porque no te acuerdas o porque han tenido menos relevancia en tu vida.

-Es la historia de una familia de clase media baja, dos generaciones o casi tres, padres, hijo y nietos adolescentes. Una familia donde no sobra el dinero y se nota su falta.

-Yo crecí en una familia de clase media, que luego se convirtió en clase media baja. La historia que se narra en Ordesa es también la historia de una clase social, de unas relaciones económicas y laborales. Eso ha hecho que muchos lectores hicieran suya la historia del libro, por la coincidencia con esa clase media y clase media-baja, en donde estaba metida el 95% de la sociedad española de los años sesenta y setenta del siglo pasado. En definitiva, está contada desde mi mirada sobre ese ambiente y relaciones que yo viví. Tratando de ajustarme lo más posible a esa realidad.

-Su libro está lleno de poesía por los recovecos de la prosa.

-El narrador es muy sentencioso y se sirve de la poesía y del ritmo del lenguaje. Yo creo que hay mucha poesía en esta novela, pero esa poesía está subordinada a la historia que se narra. Todo está calculado. Es un libro muy trabajado. Y, claro, no puedo olvidar que soy poeta, y aunque el contenido es escueto y sin florituras, ni grandes metáforas, la novela tiene un ritmo y, de vez en cuando, aflora esa faceta poética.

-¿En qué genero se siente mejor?

-Todo son palabras. La novela, la poesía, el ensayo son palabras. Me siento cómodo con las palabras. Pero me interesa siempre contar una historia. Tengo que ver gente haciendo cosas, porque eso es la vida. Yo no podría, o no me sentiría bien, escribiendo sobre novelas de ambientes, de atmósferas, de evocación... donde sólo se capta la emoción negativa o positiva, o de misterio, etc., pero donde no hay historia ni argumento. Ya digo, me siento cómodo cuando los personajes hacen cosas, no comulgo con la metaliteratura. A mí me gusta ver pasar la vida a través de los hechos de los personajes, sean de cualquier índole. Así que no puedo contestarte literalmente a tu pregunta, pues en los dos géneros, junto al ensayo, me siento igualmente de bien.

-¿Qué papel juegan las fotos de su álbum familiar? ¿Hacer la historia más real? ¿Fijar los recuerdos?

-La fotografía es una pasión personal. Me parece el arte más devastador y auténtico de la modernidad. Me fascinan las fotos históricas. Barthes decía que el tema de la fotografía es la muerte, y creo que tenía razón. Cuando veo mis fotos de familia de hace 40 años me tiembla el alma. Es como ver a los muertos. Quizá las fotos, en el contexto de Ordesa, tienen la función de hacer vivo a lo que ya murió. De acercarlo al aquí y ahora. No sé decirlo de forma concreta, pero la novela me lo pedía. Tenían que estar ahí, eran una de las partes más reales del contenido. Unas pinceladas totales de la realidad de esos años.

-Esta novela, sin duda, es una oda a sus padres muertos. Aunque también están los tíos y sus hijos.

-Todos somos hijos, y muchos nos convertimos además en padres o madres, y allí se resuelve buena parte de nuestra vida. Quería que el lector viera toda la odisea de nuestra condición humana: cómo los hijos se convierten en padres. Así como las relaciones que existen entre ellos. Su vida, sus trabajos, su forma de andar por el mundo, sus extravagancias. En definitiva, el ambiente de tres generaciones, lo que los une y lo que los separa. Y, por supuesto, mi vida actual y mi relación con mis hijos de padre divorciado, diferente, a la fuerza, de la que yo estuve con mis padres. Y sí, principalmente una oda, como dices, a mis padres ya muertos; a su recuerdo.

-El personaje que más me gusta es el de su madre, es alguien errático que atrae la atención del lector. Una descripción maravillosa y compleja en su pluralidad. Su excentricidad tiene algo que ver con Monteverdi, aunque son muy diferentes. Son los personajes que parecen más fabuladores.

-Sí, mi madre es un personaje fundamental; muchas páginas están dedicadas a intentar describirla y captarla. Como todos son personajes reales, me cuesta hablar de ellos fuera de la novela. Monteverdi era tal como se cuenta en Ordesa. Ya están muertos. Cuántos misterios, no sé. Pero también está muy presente la figura de mi padre, que era otro personaje complicado, por supuesto, muy diferente a mi madre, pero ya digo, también, otro personaje a su manera. En definitiva, todos somos personajes de una u otra forma.

-Los temas de la novela son los de siempre, como el amor de los padres, la responsabilidad de los hijos, el paso del tiempo, el dolor, el olvido, el recuerdo, también su divorcio y, cómo no, la muerte, pero lo que la hace única es el tratamiento de estos temas, que, en definitiva, es donde se asienta la buena literatura.

-Sí, los temas son los de siempre. La relación de padres e hijos es un universal de la literatura. El tratamiento es el que me salió del corazón. No me salió de ningún lugar premeditado; no hubo una reflexión intelectual. Todo vino del corazón. Por eso tiene tantos visos de realidad. No ha sido nada pensado, dirigido a un final de antemano y premeditado.

-La manera de narrar tan directa, sincera y reflejando un determinado espacio y tiempo, es muy singular. ¿Qué introduce este estilo innovador en la narrativa española? ¿Marcará tendencia?

-No lo sé. Yo pretendía que todo fuese claro, expresivo, material, visible. Buscaba la sencillez. Creo que el libro está escrito con un estilo muy comprensible, con frases cortas. Quería que se me entendiera. Eso sí puede ser innovador: desechar lo oscuro y apostar por la claridad. Que lo entendiera el erudito y el analfabeto funcional. No buscaba brillos enrevesados, ni, por supuesto, opacidad. En realidad, buscaba la comprensión total de la historia y su realidad, antes que nada.