La profunda indiferencia que tiene Córdoba hacia todo...» Decía hace pocos días en una entrevista Ginés Liébana, que acaba de publicar La Merde (su secreto, esa obra ficticia de Jean Paul Sartre y supuestamente editada en Gallimard) que recoge dibujos, poemas, reflexiones íntimas. Raúl Alonso, con buen olfato, ha publicado en la editorial Cántico, en coedición con la Diputación, este Cuaderno de viajes (1949-1950), de un joven poeta de 99 años entre nosotros y casi sin darnos cuenta. ¿A quién se parece Liébana? Al resto de los poetas del grupo Cántico para nada, ni para bien ni para mal, como tampoco Vicente Núñez o Julio Aumente, y no es la primera vez que esto se piensa y se dice. La vida y el mundo heterodoxo de Liébana es un espacio muy distinto, desde la misma raíz de su multiplicidad artística, su posición ante la vida, su espíritu de reírse de todo empezando por él mismo, y su sarcástica ironía sobre las cosas que nos encumbran. Nunca fue ni es un poeta distante, serio y relumbrón, como tampoco lo era Carlos Edmundo de Ory, ambos heterodoxos y niños hasta el final. A Liébana, a veces, parece que apenas le conocemos, otras que está muy lejano, aunque él siempre está aquí y allí, aunque no esté, sin permanecer del todo en ningún lugar. Su casa es un museo, espaciosa, aunque se hace pequeña de la cantidad de libros, cuadros, pinceles, objetos del tiempo por todas partes; deambular por ella es ir de sorpresa en sorpresa inesperadas, recuerdos nada vanos de recorrer mundos y vida. Las anécdotas siempre señalan o perfilan, y siempre le recuerdo por su repetida petición- sabedor que en mi biblioteca tenía dichos libros inencontrables- de fotocopias de Luz negra (1970) de un joven poeta cordobés de los setenta, heterodoxo como él, totalmente en la lista de los desaparecidos en vida y Noches con Greta Garbo (1974) de otro Manuel María Villar, muerto en 2010. La primera vez que quedamos para conocernos fue en Córdoba y me dio plantón, propio de su acontecer. Había venido a una exposición de su pintura y se entretuvo. Era, es, imprevisible. Ya no hay que felicitarle por su cumpleaños, sino por todo lo demás.