Decíamos que la poesía de Raquel Lanseros encierra una propiedad esencial: «la momentánea eternidad», y, en consecuencia, el «ímpetu epicúreo de afirmación vital». Una lírica robusta y lúcida, que produce sensaciones emocionales y vibraciones profundas muy cercanas al lector, a su vida cotidiana, a sus pequeños relatos diarios, con los que alcanza un valor sensitivo penetrante y la conmoción de estar inmersos en la cotidianidad, en la «momentánea eternidad». Con su última obra, Matria, dedicada a su hijo, penetra directamente en la esencia de lo humano, lo convierte en materia sensible, vivificante, esplendente. Un libro de suculenta riqueza expresiva y múltiples matices, sinuosidades, lecturas diversas y enriquecedoras donde se aúnan el caudal del significante junto a una apuesta por el ser humano, latente, presente, en un «nuevo» y diferente compromiso para el siglo XXI en el que la incertidumbre haya su camino más solícito y la poeta se pregunta «¿qué es lo que debo creer?/ ¿Lo que me dicen los otros/ o lo que yo puedo ver?». El poema es receptáculo de sabiduría y recorrido vital, biográfico y sublime donde la escritora de Jerez transita del yo al vosotros, del tú a ellos, en un camino de ida y vuelta que inspira la línea de una poética abierta a todo tipo de circunstancias vitales y estéticas en la que tan importante es el espacio privado como el público, la introspección íntima como su relación con el mundo. Un libro enérgico, audaz y de fortaleza probada, duro, consustancial a nuestro tiempo, pero de una endiablada ternura, en la que el fuego lo preside todo, el «fuego que consume, pero también calienta», y en él su voz se hace conciencia ante «la memoria como patria íntima/el único dominio con vino de justicia», o ante las personas queridas, como en el poema «Padre»: «Me oigo gritarle al mundo desde dentro de ti». O el hijo, a quien dedica la obra: «El otro es breve y frágil/apenas perceptible/aún cuenta por semanas su presente (…)/El otro es un proyecto de espesura/el alba que despunta perfecta como un blanco».

Los recursos expresivos (incluso hasta la ruptura silábica de diversas palabras o el desempleo consciente de los signos de puntuación) y la cercanía por momentos a recursos propios de la vanguardia son puestos en funcionamiento para penetrar en los grandes signos de nuestro tiempo: el lugar que ocupamos en nuestra existencia, el recorrido vital, Europa, el homenaje a América, el compromiso con los derrotados, los balances de una biografía, el amor, la vejez, las cicatrices del corazón, su recorrido, el antropocentrismo y su discurso demoledor, la ruptura de los sueños, el concepto de culpa, el miedo a estar a la deriva, esa condición de la existencia, y el sentido de la nada: «Inútil aspirar a su clemencia./Sus únicos amores conocidos/son la palabra nadie/ y la palabra nunca». Pero esta materia del significado está inmersa en un significante de ingente riqueza y abundantes recursos lingüísticos que permiten tanto adentrarnos en la casa familiar y la búsqueda de la felicidad como detenerse en la conciencia y hacernos uno con ella siendo conscientes de nuestra inanidad y desmemoria: «Poesía/que sabe hablar con Dios y nunca muere».

En ocasiones el discurso puede estar más cercano a la épica, como en su bello poema «Europa», con sus palabras a medio recorrido, un hermoso canto a ese «camino» a medio construir: «¿Qué puedo hacer a hora? ¿qué hago? el viento aúlla/en una red so no ra que me at urde/soy un ángel ca ído ante tus pies, europa/¿dónde has plantado todos tus cadáv eres?/nunca sé lo que tr amas/ aquí esto y vara do en tu colina/ en medio de esta plaga de perga mino y sed/ europa, eres la niña sin padres que me observa/con apetito afónico encrudada sin lágri mas» (sic).

Una poesía que nos permite entrar en una continua meditación sobre lo que somos, sobre lo que vamos construyendo en nuestro día a día; una lírica para preguntarse por el lugar que ocupamos en el mundo y esa «liquidez» que tanto nos concita, al tiempo que tratamos de instigar un nuevo lenguaje que nos permita descubrir el misterio de lo creado: «El lenguaje se mira al espejo/que refleja vigor y belleza». Pero siendo muy conscientes siempre de la alegoría de lo aprehendido, de la constatación de un fracaso: «Creía/que la felicidad era algo así/ un futuro rociado de esencias orientales». En otras ocasiones, la claridad desnuda su palabra; otras, por el contrario lo simbólico se adueña de la singladura del poema y expande sus registros, como en «Hendaya-Irún 1962», o «666» con el diabólico emblema numérico.

La poesía de Raquel Lanseros se inserta en el siglo XXI, nace de su corazón pero llega al corazón del mundo a través de una palabra preservada, profunda, vital, afianzada en una época llena de incertidumbres.