‘Nosotros, tierra de nadie’. Autor: Juan Domingo Aguilar. Edita: Diputación de Granada. Granada, 2018.

Merece la pena insistir en la buena salud de la joven poesía andaluza ante propuestas como Nosotros, tierra de nadie. Su autor, Juan Domingo Aguilar (Jaén, 1993), quien obtuvo con este libro el premio de poesía Villa de Peligros, nos advierte de que, entre sus diversas inquietudes -estudiante del Grado de Historia, autor teatral, colaborador de la publicación Oculta Lit-, la poesía ocupa un lugar preferente. Como buen poeta, Aguilar coloca estas facetas frente a su particular espejo lírico. ¿Y qué reflejo le devuelven? La cita de Philip Larkin que abre este trabajo («Un buen poema sobre el fracaso es un éxito») anticipa el espíritu de unos versos cimentados en la derrota, tanto personal como colectiva, cuyas temáticas, articulación y lo unitario de su voz insuflan esa amplitud de la que hablaba Celaya: el aliento del que toma partido, sin caer, eso sí, en tentaciones panfletarias. El poeta interpela y arropa al lector; le recuerda que la poesía es también vínculo frente a la injusticia y el olvido.

Aguilar divide el libro en dos partes llamadas de manera inversa al título. Así, la primera, «Tierra de nadie», le sirve para hablar de un nosotros que se mantiene en la esfera de lo íntimo, del desalojo emocional que se produce tras la ruptura, que el autor compara «con una guerra de trincheras» o «un desastre bélico».

Una primera persona del plural que transita hasta un inevitable, y a veces contundente, yo. Esto se hace especialmente palpable en las composiciones que llevan por título «Poética», donde el contexto emocional desemboca en la reflexión sobre la misma: «Mira toda la basura llena de palabras/que hemos tirado a lo largo de los años», dice, para concluir: «quizás la poesía sea solo eso/viejas historias que proyectamos sobre el papel». Así, sucesivamente, la poesía será: «una herida que sangra», «defensa propia», «una canción punk» o «un campo de minas».

En la segunda parte, «Nosotros», pone el acento en el compromiso social y político y lo hace desde la dimensión histórica, con la que analiza y cuestiona el concepto de patria.

Juan Domingo Aguilar toma partido, habla de «árbol genealógico» para alinearse del lado de los desfavorecidos, los castigados y olvidados por el poder y su narrativa: la mujer, los poetas andaluces fusilados o exiliados, los cuerpos de los que se pudren en las fosas comunes. «La tierra está teñida de un color plomizo/como de balas al oxidarse», dice en el poema «Grupo sanguíneo», y sentencia: «quiero ser la sangre de todos los que viven en este país».

Nosotros, tierra de nadie, viene a recordarnos que nuestras raíces se asientan sobre heridas sin cerrar, que claman por la memoria histórica, para que el dolor no se perpetúe. Versos cada vez más necesarios actualmente, en esta tierra nuestra, de nadie.