C on The waste land/La tierra baldía de Eliot, la poesía dejó de ser una cosa para damas, como provocadoramente había dicho Joyce que sucedía hasta el año 1922 (contaba Eliot treinta y cuatro años), fecha de publicación de esta obra que causó tanto revuelo. No es un libro fácil de leer si no tenemos las claves interpretativas del mismo que incluso el propio Eliot ofrece al final del mismo.

La editorial Olé Libros de Valencia ha realizado una bellísima edición en tapa dura y sobrecubierta con una traducción de Luis Sanz Irles que ha destacado el aspecto formal de su obra, un prólogo de Ernesto Hernández Busto y un epílogo de José Antonio Montano que nos ofrecen interesantes claves para su comprensión. Esta obra sufrió una criba inicial por Ezra Pound, a quien le envió Eliot la misma en un contexto histórico muy influido por el final de la reciente primera guerra mundial que actúa como gran catafalco de esta. Es un libro que marca un antes y un después en la poesía contemporánea y todavía rezuma modernidad pasados los cien años. Está estructurado en cinco partes. La primera se titula «El enterramiento de los muertos», setenta y seis versos donde ofrece una visión narrativa inaugurada por la primavera con la muerte como inicio y finaliza en el invierno con los muertos ya enterrados. En mitad de este recorrido se halla el campo y la ciudad presididos por el dolor, la alegoría y la muerte: «Abril es el mes más cruel: preña/ de lilas los campos muertos». El yo poético se presenta desde la normalidad cotidiana cuando la muerte ronda por todas partes. Un mundo definido como «inmundo pedregal», presidido por imágenes rotas, árboles muertos y sombras que muestran el miedo. De pronto surge una voz femenina y unos versos de Tristán e Isolda. Dice Eliot en sus comentarios que el simbolismo sobrevenido del poema fue sugerido por el libro de Jessie L. Weston sobre la leyenda del Santo Grial, From Ritual to Romance . Y en estos versos iniciales sucumbe a la intertextualidad con versos de Dante y Las flores del mal de Baudelaire. El tarot, las artes adivinatorias de Madame Sosostris juegan de alegoría en la que la muerte es contundente: «hay que andarse con ojo en estos tiempos». Con una ciudad de Londres irreal presidida por los estertores mortuorios con imágenes siempre poderosas, contundentes.

En la segunda parte, «Una partida de ajedrez», tras una imagen onírica de un interior burgués (tronos bruñidos, sitiales, candelabros...), el mito de Filomela, crea un diálogo en torno al pensamiento, el recuerdo o las acciones futuras: «Pienso que estamos en el callejón de las ratas/en el que los muertos perdieron sus huesos»; y tras ello, el diálogo de dos mujeres sobre la complacencia del soldado Albert, sus sensaciones y sus vidas, como si se tratara de organizar una recreación mítica fragmentaria alegorizada en donde tienen cabida todos los géneros literarios en lo que llamaríamos «la poesía total». Una fragmentariedad que existía en este conglomerado de voces llegando a declarar Eliot a Tiresias, el adivino y hermafrodita, como «el personaje más importante del poema, que une a los demás».

En la tercera parte, «El sermón del fuego» surge la alegoría alucinatoria sobre el Támesis y la ciudad de Londres para adentrarse en la historia de Tiresias y el encumbramiento del amor como liberación para finalizar de nuevo en el río en un canto elegíaco. Que nos lleva definitivamente a la cuarta, «Muerte por agua» y quinta parte, «Lo que dijo el trueno» con la muerte simbólica del fenicio Flebas, «que también fue un día hermoso y viril», y la pedregosa imagen de las montañas sin agua, sin soledad, sin rostros en donde se reconstruye la simbología del desamparo y las montañas secas y plagadas de muertos: «Este hoy podrido entre montañas». Y esa imagen idílica del pescador sentado a la orilla, pescando y preguntándose retóricamente si podría ordenar su reino para, finalmente, bajo el puente Londres recordar los versos del Purgatorio de Dante y el mito de Filomela.

Una extraordinaria obra para releer constantemente y profundizar en nosotros mismos, en nuestros mitos y en nuestra existencia.